el caso de César Rincón deja mucho que desear
Por Andrés Rivera Mejía - fiestadeltoro.com
Cada día somos menos los ‘aficionados’ taurinos. Hoy admitir el amor por la fiesta brava es una especie de “salida del closet” y, tristemente, tenemos que soportar insultos y amenazas de los que defienden la paz y el bienestar de los “seres vivos” en los que, al parecer, no estamos incluidos algunos humanos. Pero lo más doloroso es que ahora debemos soportar ataques desde adentro, de quienes idolatrábamos y a quienes poníamos como referentes nuestros.
En los últimos días ha existido una fuerte polémica en el argot taurino auspiciada por quien fuera el último gran torero latinoamericano, una verdadera leyenda. Le recriminan estar jugando solapadamente para modificar una tradición que lo hizo rico, reconocido y célebre (se rumora que está detrás de las corridas incruentas y de un total cambio en el rito taurino). Le critican utilizar su palco y su micrófono para ‘ambientar’ a la opinión para las propuestas que trae. Los verdaderos aficionados, indignados ante la incoherencia que perciben, le pidieron que diera explicaciones. Él calló.
En mi opinión, el caso de César Rincón deja mucho que desear. Todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión. Lo que no resulta correcto es camuflarla y no ser claro con una audiencia, con un público, a quien se le habla siendo un generador de opinión. Uno debe decirle a quien lo lee o lo escucha desde qué orilla le está contando las cosas. Además, se ve por lo menos feo que alguien despotrique o critique en su integridad del negocio del que aún se lucra (él vende toros para la lidia completa, sin contar con el hecho de que su papá apodera a un novillero, quien sueña con ser MATADOR).
Pero no siendo esto suficiente, le han salido ahora defensores de oficio. Los mismos que toda la vida han defendido lo indefendible. Que siempre han tenido la fama de ser endulzados. Que en sus escritos hacen monumentos y alabanzas. Que dan explicaciones no pedidas poniéndose en evidencia. Uno de esos defensores, dicen unos pajaritos, se convertirá en “vocero” o para ser más claros, en su jefe de prensa.
Pareciera que esa vieja tradición empacada en sobre, no sobrara, se mantuviera vigente y aún funcionara…
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