13/1/11

Respuesta al artículo: "Toros y Niños"

Miércoles 12 de Enero de 2011 14:18

Luis Alfonso GarcÍa Carmona - Director Ejecutivo de Asotauro

Señor
Arturo Guerrero
El Colombiano


Tengo que referirme a su artículo “Toros y niños”, puesto que encuentro allí una serie de conceptos sin ningún asidero ni en la lógica, ni en la realidad.

En primer lugar los sacrificios humanos, la esclavitud, el infanticidio, los duelos a muerte y la mutilación genital femenina, no pueden ser equiparados a la Tauromaquia pues transgreden lo que conocemos como “derechos humanos”. Estos principios universales, como anota el filósofo Francis Wolff, no pueden aplicarse a los animales: “ya que suponen el reconocimiento del otro como un igual, es decir imponen la reciprocidad sin la cual no habría justicia. Si el hombre hubiera tenido, o tuviera, que aplicar a los animales los principios que debe aplicar al hombre, no habría domesticación, ni ganadería, ni agricultura, ni, en definitiva, civilización propiamente humana.”

No es cierto que los espectadores del espectáculo taurino pretendan enaltecerlo como arte. Es que es arte. Así lo define el Diccionario de nuestra lengua, y así lo reconoce la legislación colombiana y la de varios países. No en vano escritores como Vargas Llosa, Ernest Hemingway, García Lorca, Ortega y Gasset y tantos otros cuyos nombres no cabrían en esta cuartilla, así lo han considerado. Se necesita no haber acudido a una corrida de toros para afirmar que en el toreo no existe arte. Encierra elegancia y armonía en los movimientos, plasticidad , colorido, estética, combinando los más puros elementos del teatro, el ballet, la música, la pintura y la escultura. De allí que haya dado origen a clásicas obras en la pintura (Picasso, Goya, Botero, Dalí), en la escultura (Benlliure), en la música (Bizet), etc.

Tampoco es cierto que el aficionado a los Toros encuentre placer en la tortura del animal. Cito al reciente premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa: “Los enemigos de la Tauromaquia se equivocan creyendo que la fiesta de los toros es un puro ejercicio de maldad en el que unas masas irracionales vuelcan un odio atávico contra la bestia. En verdad, detrás de la Fiesta, hay un culto amoroso y dedicado en el que el toro es el rey….”

En su afán por desfigurar la verdad acude a sofismas como el del antropomorfismo, equiparando el toro al hombre, sin reparar que son dos seres totalmente distintos. Desconoce asimismo que la tortura es hacer sufrir voluntariamente a un ser humano, ya sea por placer o para obtener algún beneficio, cosa bien diferente a lo que sucede en una plaza de toros.

Sí tiene razón en un punto: el de la sensibilidad. Los taurinos respetamos que el toreo hiera la sensibilidad de algunos. Por ello encontramos perfectamente explicable que quien no guste de las corridas , no asista a ellas. Pero sí reclamamos para los humanos el derecho a decidir libremente si queremos presenciarlas o no. Asimismo , exigimos que haya tolerancia frente a los gustos ajenos. No generemos en este país - agobiado por la violencia - un nuevo motivo de división y conflicto .


Luis Alfonso GarcÍa Carmona
Director Ejecutivo de Asotauro


Reproducioms la nota publicada en la web El Colombiano


Toros y niños - Arturo Guerrero
Arturo Guerrero | Medellín | Publicado el 12 de enero de 2011
No falta mucho tiempo para que las corridas de toros pasen a la historia del desecho, como aconteció con sacrificios humanos, esclavitud, infanticidio, duelos a muerte y próximamente mutilación genital femenina. Es cuestión de una generación de humanos, porque está visto que los niños de hoy vienen equipados por parejo con chip cibernético y con rabiosa militancia en defensa de la naturaleza.

El problema de la tauromaquia no es tanto de quienes la defienden como negocio, cuando de quienes la gozan como espectáculo y pretenden enaltecerla como arte. Los que se enriquecen obedecen al bolsillo y el bolsillo siempre es mercenario. En cambio quienes encuentran placer en la tortura animal dejan al aire arcaicas formaciones de personalidad que los ciegan frente a la hermandad de todas las sensibilidades.

Cuando a los niños de hoy les dejen ver en su adultez películas de toreo, con seguridad, sentirán ansias de vómito ante el lustre bermejo del lomo agujereado por banderillas. Llorarán por el animal, se quebrarán de rabia ante los vítores del 'respetable'. ¿Respetable?, se preguntarán sin comprender la justeza del epíteto.

Nada hay que respetar en esa actitud de espectadores de la barbarie inteligente. El ritual infausto ha sido preparado y preservado durante siglos, de modo que el ahogamiento entre sangre de un poderoso ser de carne y hueso no le duela a nadie, como no les dolía a los negreros la subasta de esclavos que irían a ser embarcados hacia mundos de donde nunca volvían.

Los hijos del XXI intuyen de modo científico que la piel del toro es pariente de la piel del hombre, que su corazón bate con idéntico miedo, que sus ojos escrutan sin entender a esos semejantes enfurecidos y alegres. Ellos nacieron con conciencia de la unidad de cuanto existe. No logran divorciar un dolor de otro. Se sienten arrastrados sobre arena con vísceras perforadas, hacia el matadero final.

De ahí que las tardes de toros tengan su contabilidad agotada, como extenuados son los argumentos de los seguidores de la 'fiesta brava'.

Ni fiesta ni valiente, la faena taurina es un cuadro de cuando la humanidad arbitraba sobre bestias y flores, creyéndose reina de la creación.

Este reinado ha destruido el planeta y uno de los símbolos patentes de su oprobio es precisamente el toreo.

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