Sábado 18 de Mayo en San Cristóbal


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17/12/14

Memorias de Conchita Moreno: La primera rejoneadora de Venezuela

Como un homenaje de Bibliografía Taurina a Esperanza Hermida Moreno, hija amorosa y abnegada de Conchita Moreno, que orgullosa nos descubrió y enseñó admirar a la gran torera venezolana, pionera del rejoneo en América. Foto: blog bibliografiataurina

* “…A la afición taurina y a mis compatriotas, escribo estas memorias para dar a conocer, el curso de mi carrera en los ruedos”.

por: El Vito - blog BibliografiaTaurina

Nací en la Ciudad de Caracas, entre las esquinas de Canónigos a San Ramón, Parroquia Altagracia, el ocho de diciembre de mil novecientos veintisiete. El día de la Inmaculada Concepción. Por eso llevo el nombre de “Conchita” y soy sagitariana.

Mis padres fueron Norberto Moreno Mayora y Juana D’Amico del Castillo. El maestro de obras, oriundo de Ocumare del Tuy. Ella obrera textil, caraqueña, hija de inmigrantes italianos. Mi padre fue constructor del inolvidable “Paseo de Las Palomas” en Macuto, Estado Vargas y mi madre, la primera mujer que manejó un telar impulsado por electricidad, en la empresa de la familia Branger en Valencia, Estado Carabobo. Mi familia fue de muy nobles principios y muy cristiana, aunque de muy modestos recursos. Vivimos con mi tía Rosa, la hermana de papá y con mi abuela, la Madama D’Amico. Ambas fueron recias, pero cocinaban sabroso y me cuidaron junto a mis primeras hermanas.

Isabel es la mayor de las hijas de mi mamá y yo soy la hija mayor de la pareja que ella formó con papá. Después siguen mis hermanas Rita, Victoria y Graciela. A las cinco hermanas nos decían “Las Moreno”. Siempre vivimos en Caracas, primero en La Pastora, después en San José y luego en El Valle, donde pasamos la mayor parte de nuestra infancia. Allí vimos nacer a los varones Benjamín y Bernabé. Cuando mi tía Rosa y la Madama ya no estaban con nosotros, Isabel hacía los mandados en la calle y yo cuidaba a mis hermanas. Isabel empezó a trabajar con mamá en los telares y como sabía leer, escribir y hablar muy bien, ayudó a fundar el primer sindicato textil de inspiración comunista en Caracas. Yo iba a la escuela cuando podía, pero la aprovechaba bastante y acompañaba a mi papá a las peleas de gallo de los sábados. Recuerdo que en el colegio me premiaban con una medalla la mayoría de los días viernes de cada semana, por mérito en el comportamiento o en aplicación. Deseaba ser abogada.

Rita tocaba el cuatro y la guitarra. Victoria era la más oscura de piel, por lo que le decíamos “La Negra”. Graciela, la más pequeña, era la más traviesa Benjamín también era de color oscuro. De allí su apodo de “El Negro” y Bernabé el más claro, por eso le decían “El Catire”. Como todos sentíamos inclinaciones musicales, cuando mi mamá no estaba brava por alguna travesura de papá y cuando él estaba de buenas, montábamos unos joropos bien sabrosos, porque se alternaban el cuatro y la guitarra entre Rita y Benjamín, mientras que el Arpa la tocaba papá o Bernabé y el resto tocábamos las maracas y hacíamos los contrapunteos. Tuve sobrinos y sobrinas bastante rápido, porque mis hermanas eran muy bonitas y en aquella época se estilaba que las muchachas parieran temprano. De aquella generación quedamos vivas, mis cuatro hermanas y yo. Tengo dos hijas, tres nietas y dos nietos, además un total de 16, entre sobrinos y sobrinas. Sólo Benjamín se fue sin retoños. Mi nieta mayor es abogada.

LOS COMIENZOS

Aún estaba en desarrollo la segunda guerra mundial cuando sentí la atracción por el toreo. Desde hacía algún tiempo me venía escapando de la escuela para ir a los encierros de toros que se hacían en El Valle. Allí aprendí el gusto por darle capotazos a los novillos. Sólo mi madre me acompañaba en el secreto y sabía que la cosa era algo más que un simple entusiasmo. Yo ya percibía que iba más allá de mí, inclusive. Era una pasión.

Cuando hablé de mis intenciones en voz alta y delante de papá, en mi casa no gustó la idea y mucho menos la “alcahuetería” de mi mamá. Ese oficio del toreo era tenido como una actividad masculina y mi padre dudaba que yo tuviera cualidades o capacidad para dedicarme seriamente a esa profesión. La verdad es que mis padres y mi familia aspiraban a que – si yo había sido buena estudiante – me graduara de “Bachiller de la República”.

Pero estas ideas se reforzaron en mí cuando llegó a Caracas la denominada “Cuadrilla de Señoritas Toreras”. Aunque yo no había terminado mis estudios secundarios y era menor de edad, hablé con el director de la cuadrilla y logré ingresar en sus filas para hacer lo que hoy llamarían en idioma inglés un “casting”, es decir, una prueba. Debido a mi particular experiencia en aquellos encierros de toros en El Valle, resulté airosa. Corría el año de mil novecientos cuarenta y siete, cuando decidí hacerme torera.

Ya a Caracas habían vuelto a llegar productos que antiguamente venían de algunos países de Europa. En 1947 había terminado la guerra y algunas personas jóvenes como yo, pensábamos que era un buen momento para aprovechar la paz mundial y dar rienda suelta a los esfuerzos por materializar los sueños de superación individual, que se habían visto ensombrecidos por ese panorama de conflagración planetaria. La llamada revolución de 1945 estaba siendo criticada por diferentes sectores y el ambiente político que se respiraba en la ciudad, inducía a pensar que podrían presentarse situaciones que me dificultarían el desarrollo de los planes que me había trazado. Por eso estaba muy preocupada y deseaba aprender pronto, lo más que pudiera del toreo y salir del país.

El asunto ahora consistía en lograr la autorización para los entrenamientos formales con la “Cuadrilla de Señoritas Toreras” y sobre todo para mis presentaciones públicas. Después de acaloradas discusiones, mucha argumentación de mi parte y con variadas condiciones, entre ellas que me graduara de Bachiller, al fin, mi madre logró convencer a mi papá.

Y comencé los entrenamientos. Eran bastante duros, por cierto, pues se trataba de torear en un ruedo y no en un corralón –como había aprendido yo a dar capotazos en El Valle-. Fueron horas de muchas tardes bajo el sol, ensayando múltiples pases. Pero yo no me amilanaba. Seguía con mucho interés las indicaciones del maestro en la arena.

Estos esfuerzos iniciales se vieron compensados porque al fin pude hacer mi debut en La Maestranza de Maracay, Estado Aragua en ese mismo año en el que había decidido ser torera. Tenía 20 años de edad. Mi papá, que luego de haber estado en contra se convirtió en uno de mis más férreos críticos, fue a la Plaza de toros esa tarde y antes de empezar la faena se me acercó y me dijo: “Si Usted decidió ser torera, hágalo bien. Si no lo va a hacer bien, retírese. No me haga pasar una vergüenza”. A lo que le contesté: “Papá se sentirá orgulloso de mí”. Y así fue.

MI DEBUT EN CARACAS

Al domingo siguiente me anunciaron en un mano a mano con una compatriota que había conocido en los entrenamientos en el Nuevo Circo de Caracas. Ya en aquella época existía una gran afición por las corridas de toros en casi toda Venezuela y en la mayor parte de los estratos sociales. A raíz de la visita que había realizado Juanita Cruz, una torera madrileña, se desató una tremenda furia hacia la tauromaquia femenina, de tal manera que se generó una expectativa bastante buena para mi “alternativa” en la capital.

La presentación en Caracas fue con Esther Álvarez, una chica que tenía cierto conocimiento de las lides taurinas, porque siendo sobrina del Sr. Cipriano Álvarez, famoso banderillero caraqueño, éste la tenía muy bien entrenada.

Esa tarde, la recuerdo con gran emoción, porque corté mi primera oreja en mi tierra. También actuaron en esa misma novillada con nosotras, ayudándonos en los diferentes tercios de la lidia: los subalternos “Capita”, “Minuto” y los diestros Paco Puertas y “Perucho de Caracas”. Cito éstos, porque eran los más conocedores del toro en sus diferentes querencias en la arena. Durante mi recuperación en Madrid, siempre recibí correspondencia de ellos, pero luego se perdió el contacto, porque fui cambiada de un sitio para otro, hasta que al final me recluyeron en el Sanatorio de Toreros de España. Si alguno de ellos aún vive, que reciba mi más cordial saludo y un fuerte abrazo de su colega y amiga. También recuerdo a Sergio Díaz y a Adilia Castillo, que después de renunciar al toreo, se hizo una famosa cantante del folclore venezolano.

Como estoy escribiendo mis memorias para Ustedes, no quiero dejar de contarles lo que sucedió cuando –formando parte de la “Cuadrilla de Señoritas Toreras”- me toca salir de Venezuela, después de hacer algunas actuaciones en el interior del país. Mi padre, en virtud de mis facilidades para los idiomas, hacía algún tiempo que me había comenzado a pagar una clases particulares de inglés con un profesor de origen trinitario. Yo, cumpliendo mi compromiso de graduarme, efectivamente obtuve mi título e inmediatamente me empleé como secretaria en un bufete de abogados ubicado en un moderno edificio en la esquina de Mercaderes. Trabajaba y entrenaba, entrenaba y trabajaba. En los fines de semana practicaba inglés y tenía presentaciones públicas. Muchos pretendientes se me acercaban, pero yo carecía del tiempo que la mayoría de los hombres exigían.

Faltando meses para cumplir la mayoría de edad llega el momento decisivo pues la “Cuadrilla de Señoritas Toreras” con sus nuevas adquisiciones –entre las cuales me encontraba yo- debía cumplir compromisos en otras latitudes. Otra vez, la disyuntiva del permiso, pues no podía salir del país sin la debida autorización. Mi papá se negó a firmar, a pesar de que yo cumplí todas las condiciones que me estableció para hacerme torera. El no quería que me fuera del país, pues temía que me pasara algo y que ni él ni mi madre o mi familia se enteraran. No obstante la negativa de papá, mi mamá sí firmó y yo me pude ir. Había ahorrado el dinero del precio del pasaje, separando una cantidad importante del sueldo que me pagaban en el bufete y la parte que me faltaba la completó mi mamá. Tiempo después supe que mi papá se disgustó de tal manera con mamá que llegó a responsabilizarla por si algo me pasaba.

Nos fuimos a México, toreamos en Guadalajara, Tampico, Veracruz, Xochimilco, Tijuana y Acapulco.

Todas nuestras actuaciones fueron lidiando las reces pié en tierra.

Estábamos haciendo la tournée o gira mexicana, cuando fuimos contratadas para la República de Colombia. Allá toreamos en Cartagena, Barranquilla, Cali, Manizales y Bogotá. Luego fuimos al Perú y toreamos en Lima, donde tuve un percance serio en la pierna derecha.

La “Cuadrilla de Señoritas Toreras”, se componía de dos matadoras, dos banderilleras y una sobre saliente que también hacía de puntillera, si el novillo no moría de la estocada que le diera la matadora. Al “puntillero” siempre lo contrataba el Director en la ciudad donde íbamos a actuar, y frecuentemente encontrábamos compañeros del otro sexo que nos auxiliaran.

Recuerdo que en Ciudad de México conocía a María Cobián “La Serranita”. Era una torera de mucha fama en su país. Ella me contó de su anhelo por viajar a España, pero que no lo hacía porque en la península no les estaba permitido a las damas torear a pie, sino a caballo.

Estuve pensando varios días en la posibilidad de hacerme rejoneadora, porque España, siendo la cuna del toreo, no se borraba de mi pensamiento.

A la noticia de la gravedad de mi padre, cancelé mi contrato con el Director de la “Cuadrilla de las Señoritas Toreras” y regresé e Venezuela. Encontré a mi padre muy enfermo y sentí un gran pesar en la conciencia. Le prometí, en ese momento, que no iba a viajar más.

Sin embargo, aproveché mi estadía en Caracas para comenzar mis contactos con Portugal. España seguía en mi mente. Nombré representante artístico en Venezuela al Sr. Alejandro Arratia Oses, un comentarista taurino que trabajaba en una emisora capitalina. Seguí mis entrenamientos a pie y comencé a montar.

Decidí que si volvía a los ruedos sería a caballo, como Rejoneadora.

Después que mi padre murió, actué en el interior de Venezuela. Mi hermano Benjamín me acompañó en una aventura taurina y familiar bastante pintoresca, pero llena de momentos muy agradables. Con una camioneta tipo “pick up”, que manejábamos alternadamente entre mi hermano Benjamín y yo, recorrimos buena parte del país, llevando el espectáculo de los toros a los sectores populares, es decir, a quienes no podían ir a las grandes ciudades o que no tenían dinero para pagar las costosas entradas de los carteles de postín. Mezclando el concepto de las corridas bufas y los circos ambulantes, ideamos y materializamos la construcción de una plaza de toros portátil, que se armaba y se desarmaba y que, además, tenía unas ruedas y un montaje que permitía trasladarla de un lugar a otro, por carretera, enganchada en la parte trasera de la camioneta.

Con esta plaza de toros portátil me presenté en Maracay, Valencia, Barquisimeto, San Carlos, Chivacoa y la Feria de La Consolación en Táriba, Estado Táchira. En mi gira por Venezuela, alterné con novilleros, cuadrillas bufas y algunos matadores mexicanos o colombianos, hasta que el Sr. Arratia me llamó a Caracas, porque debía viajar a Vigo, Portugal.

Benjamín decidió entonces ingresar a la marina y Victoria se encargaría de apoyarle en el arreglo del papeleo correspondiente. “La Negra” y “El Negro” fueron a despedirme.

En el Puerto de La Guaira tomé el Barco “Antoniotto Ussodinare”, afiliado a la Flota Italiana Lauro, que hacía el recorrido entre Europa y América, tres veces por semestre. En Vigo, me esperaba el empresario Sr. Joao D’A Silva. Transcurrieron días inolvidables en Lisboa y la empresa mostró gran interés en que yo conociera la ciudad. Los beneficios fueron muchos, porque la familia D’A Silva me trató muy bien durante mi estadía en Lisboa y entre unos meses pude debutar en la Plaza de Toros de Campo Pequeño, una de las principales plazas del país.

Todo fue un éxito porque allá no se les da muerte a los toros; también las banderillas son de simulacro, se caen rápido porque no calan en la piel del toro ya que no los perforan. Allá, la Sociedad Protectora de Animales es muy fuerte y no permite que se le haga daño a ningún animal. El tiempo que demoré entre los lusitanos, fue haciendo entrenamientos en la Escuela de Equitación y prácticas para El Rejoneo. Por medio de los contactos del representante fui contratada para España. El día convenido tomé el expreso internacional y en la estación, en Madrid, me esperaba Don Manuel Córdoba, quien luego sería mi representante para toda la península española.

Después de ir conociendo la Capital del Toreo, Don Manuel mostró una gran solicitud en que fuera también conociendo a todos mis paisanos de “coleta”, que se encontraban en España. Entre ellos saludé a Evelio Yépez, a Samuel Rivero y a Antonio Bienvenida “El Gran Caraqueño” – como se le conocía por allá-. Moreno y “El Chiclanero”, en compañía del apoderado, me llevaron a conocer la Gran Vía Madrileña y el lugar donde estaba instalado el Consulado y la Embajada de Venezuela.

Cuando en el Sindicato del Espectáculo se enteraron de mi presencia en la ciudad, la Junta de Rejoneadores puso el grito en la “Unión de Toreros”, ya que ellos creyeron que yo había ido para allá a torear pie en tierra. De nada sirvieron los argumentos que les presentó mi apoderado. El Cónsul y el Embajador de Venezuela, también tomaron cartas en el asunto para defenderme, pero Bernardino Landete, Ángel y Rafael Peralta, la crema del rejoneo español en aquella época, pudieron mucho y me vetaron.

Así las cosas, yo continué mis entrenamientos y el Sr. Córdoba me arregló dos presentaciones para Francia. Viajamos a Marsella por ferrocarril y allá me presenté en una corrida que llamaron “Bolivariana”, porque alterné con mis paisanos Curro y César Girón.

Esa tarde, el novillo de Rejones fue “pastueño y muy quedao” (palabras del argot taurino), antes de entrar en “suerte”, pero le busqué en todos los “terrenos”, le puse banderillas a una y a dos manos, rejones de adorno y de castigo y cuando lo puse en “suerte para matar”, entré en “simulacro”, de frente, todo a caballo.

En Francia, así como en Portugal, sí está permitido que las damas realicen toreo a pié. Sin embargo, la muerte y el descabello de las reces está todavía en discusión.

Como lo dije antes, entre Portugal y Francia, pesa mucho La Sociedad Protectora de Animales. Juanita Cruz y mi tocaya, Conchita Cintrón, tampoco pudieron hacer mucho en España y eso que la primera era nativa de Madrid. Allá, el Sindicato del Espectáculo, sobre todo en lo que se refiere a rejoneadores extranjeros, era como una “piedra de tranca”. Además, todos los toreros de a caballo, como los de a pié, le hacían la vida imposible a cualquier diestro extranjero, que osara invadir su terreno. Celos profesionales … Afortunadamente, no me faltaron contratos entre Francia y Portugal, pero al final, cuando los españoles se dieron cuenta de que yo no había ido para allá a buscar “camorra”, me levantaron el veto.

Fue así como pude rejonear en Linares, La Línea de La Concepción, Burgos, Ávila, Toledo, Salamanca, El Escorial y al fin, realizar mi más grande anhelo: presentarme en la Monumental de Las Ventas, en Madrid.

En las épocas de invierno en Europa, venía a torear a Sudamérica. Volví varias veces a México, Colombia, Perú y Panamá. A finales o a principios de año, pasaba por Venezuela y realizaba actuaciones en las ferias programadas. Veía a mi madre y a mi familia, si podía. Generalmente eran ellas las que me visitaban en el hotel donde me alojaba en Caracas. Mi preferido era el Hotel Presidente.

También tuve la oportunidad de torear en el sur de los Estados Unidos, específicamente en Texas, en Nuevo México y Baja California.

Mi vida emocional no era muy estable que digamos, pues como dije antes, los hombres –y creo que también muchas mujeres- normalmente no se adaptan a este tipo de rutinas y mucho menos si el arte de su compañera es tenido como un oficio donde se pone en peligro la vida a cada instante. Sin embargo, conquistas, salidas, invitaciones y alguno que otro amor abandonado en algún puerto, no me faltaron en aquellos años. La pasé bien. No lo puedo negar. Pero no era eso lo más importante para mí. Lo primordial era el toreo. Mi amor fundamental: la fama, el aplauso de mi público, su calor.

Pero para que Ustedes vean que la vida tiene momentos difíciles, les Recuerdo que en México un famoso cantante, cuya memoria honro con la omisión de su nombre, integrante de un trío, me cortejó durante un cierto tiempo, pero de una forma obsesiva, hasta el punto de verme en la obligación de negarle cualquier posibilidad, dados los celos furiosos con los que vivía. Un día, este hombre –bien buen mozo, por cierto- me cantó las mañanitas en un cumpleaños, al pié de la ventana del hotel donde me alojaba yo y con un ramo de rosas rojas, me envió una tarjeta de invitación a cenar. Esa noche, cantando él junto a un espectacular Mariachi, me agarró la mano y me puso un anillo de compromiso matrimonial. Yo temblaba, no de la emoción sino del miedo, porque mi admirador tenía un revolver en el cinto, el cual hizo sonar en repetidas ocasiones, como señal de triunfo o victoria, ya que al fin, según él creyó, me había “conquistado”. Lo cierto es que terminé de comer y me negué a ir a bailar, alegando que me encontraba cansada y debía entrenar muy temprano. Mi pretendiente me dijo que a partir de ese momento yo era de él, motivo por el cual debía olvidarme de los toros. No contesté. Al día siguiente, salí de Ciudad de México en el primer avión en el que conseguí pasaje. Me vine a la casa de mi mamá en El Valle. Y después de unos días, me fui de incógnito. Reaparecí en Europa. Mi amigo, una vez superado el trance del despecho –que no le duró mucho- siguió cantando, haciéndose cada vez más famoso y afortunadamente se casó con una dama que le correspondió, tengo entendido, en todo. De vez en cuando oigo sus canciones en la radio y veo sus películas en la televisión.

Pero volviendo a La Monumental de Las Ventas, me presenté, por primera vez, haciendo realidad mi sueño, con un astado de la Ganadería Galache de Cobaleda. El toro era muy grande y separado de la vista. Casi burriciego. Lo busqué en todos los “terrenos”, pero no pude hacer mucho con él. Me dio la impresión de que ese “marrajo” estaba “avisao”. Tan pronto como pude, salí de él, con un rejón de muerte, que fue muy aplaudido. Todavía me pregunto, después de tantos años, si no sería la mano peluda de los rejoneadores españoles la que me hizo aquella faena. Vaya Usted, a saber…

Después de esa presentación, que resulto ser todo un éxito, desarrollamos nuestra rutina: una gira por España, un descanso en invierno, una estadía en Sudamérica. Algunos paseos por uno que otro país de Europa en plan de turismo. En fin…

Corría el año de 1958, ya hacía algo de tiempo que la rutina de giras venía cansando a los caballos. El viaje más la faena. La faena más el viaje. La edad, el desgaste, el trajín. En esta oportunidad, al terminar la temporada en España con un contrato para la Provincia de Zamora, íbamos a torear por vez primera en la Ciudad de Benavente. Aquella era una ciudad pequeña, pero más chica aún, era su placita de toros. Quizás, el Sr. Apoderado no debió hacer aquel negocio. No obstante, cuando la cuadrilla me lo advirtió, ya nada se podía hacer. Yo estaba dedicada solamente a mis entrenamientos y al cuidado de los caballos, porque venían muy cansados. Esa temporada veníamos trabajando mucho, pero yo estaba muy entusiasmada porque al finalizar todos esos compromisos, íbamos a embarcar para Sudamérica y tendríamos no una gira, sino un descanso.

En Venezuela las cosas no andaban bien, en enero de ese año habían derrocado a Marcos Pérez Jiménez y yo estaba un poco preocupada. Quería saber de mi familia, estar en mi tierra… Hacíamos Benavente y a Sudamérica.

Yo tenía varios caballos, “Portugal”, que era mi caballo blanco, de paso, para abrir plaza. “Moreno”, que era mi caballo negro azabache, pura sangre árabe de rejoneo, que yo usaba para matar. fue que no pudo salir del encuentro con la embestida, sufriendo el tumbe por el toro, lo que nos hizo estrellar con el “burladero” del ruedo de la plaza. “Moreno” me cayó encima.

Dice la prensa de aquella época, que fui trasladada a la Clínica “La Milagrosa”, en donde permanecí en estado de coma durante veinticinco días.

Escribo estas memorias para dar a conocer a la afición, el curso que siguió mi vida después de abandonar la Clínica en Benavente. Me trasladaron al Sanatorio de Toreros en Madrid, para mi total recuperación y transcurridos largos meses, fui traída a mi patria.

No estaba aún restablecida. Presentaba secuelas del accidente como parálisis en la parte derecha del cuerpo, por lo que nadie me entendía lo que hablaba, no reconocía a las personas que me visitaban y no podía caminar. Había perdido todas mis facultades.

Cuando regresé a Caracas, en mi equipaje traía una serie de placas y exámenes que me habían hecho neurólogos, traumatólogos y en fin, una Junta Médica, comandada por el Dr. Manuel Rojo Dueñas y Casaceca García. La operación que me practicaron fue una “craneotomía”, para tratar de detener la hemorragia que presentaba en el cerebro.

Después de hacerme varias intervenciones quirúrgicas, pude recuperar el conocimiento.

Los toreros y las toreras, cuando salimos a la arena en una tarde cualquiera, lo hacemos en compañía de una gran fe en Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, en la gente que sufre un accidente en el ruedo, yo percibo una constante relación con Cristo “El Varón de los Dolores”, como lo llama Isaías, en su libro de la Biblia, versión Reina Valera de 1960, capítulo 53, versículo 3 y 4: “Si se tiene familiaridad con la muerte, las cosas que te molestan devienen en pequeñeces; delante de la muerte, todo cambia de aspecto.” Según mi opinión, para la sanación de las personas es muy importante la amistad y el diálogo, el compartir con quien puede darte una mano, una respuesta a tiempo, alguien que te oiga y que te comprenda. Solamente el hecho de poder hablar de lo que te angustia, ya es un alivio. Entre todos los sistemas terapéuticos que existen, por muy modernos que sean, creo que el mejor es el de la amistad. Se trata de ayudar a la persona a encontrar equilibrio y armonía en todas sus relaciones. Hace falta un respeto amplio hacia el enfermo, que tiene que nacer de lo interno y fundarse en la idea de que toda criatura que sufre representa a Jesucristo.

Una vez, toreando en Perú, con la cuadrilla de las muchachas toreras, sufrí un “puntillazo” de diez centímetros en la pierna derecha. Me retiraron a la enfermería de la plaza y no pude salir más al ruedo. Tenía que haber matado al novillo, pero de ello se encargó la sobresaliente de espadas. Pensé que no volvería a torear. Ni siquiera que podría camina bien nuevamente. No obstante, caminé, aprendí equitación y rejoneo, llegué a la catedral del toreo, como se le llama –en el argot taurino- a la Plaza de Toros de la ciudad de Madrid : “La Monumental de Las Ventas”. Eso fue posible por el andar acostumbrada a toparme con la muerte. Tanto que hasta se le pierde el miedo. Ello no significa que una vez en el trance del dolor, del sufrimiento, se desafíen los designios de Dios. Al contrario, es entonces cuando más resignación se tiene en cuanto a lo que Dios pueda decidir.

He escrito estos párrafos en mis reflexiones, porque creo que tal vez nos pueden servir a nosotros mismos, cuando nos encontramos frente a la circunstancia del dolor en cualquiera de sus expresiones y en especial, en su aspecto físico. En esos casos, siempre recurrimos a la “otra” medicina, la que nos indica la ciencia médica y eso no está mal, pues resulta vital, pero no debemos olvidar la primera sanación, que está en nosotros mismos, fundada en nuestra amistad con Dios y en la conformidad con su santa voluntad.

Siempre he sido de una profunda fe cristiana y jamás he comenzado ninguna actividad, sin encomendarla al Todo Poderosos. Por El estoy en estos momentos, escribiendo estas líneas para Uds. El solo hecho de escribir nos ayuda a aclarar nuestras propias meditaciones y grabarlas en la mente.

A medida en que pasaba el tiempo, después del accidente en la Plaza de Benavente, fueron mejorando mis recuerdos y nunca olvidé lo que me aconsejaron los galenos: no volver nunca más a la arena, para torear. Así que lo tomé con serenidad y dediqué mis esfuerzos a recuperarme. Luego de pasar el estado de coma y las diferentes intervenciones quirúrgicas, tuve la plena seguridad de que no moriría. Hoy continuo viviendo, con esa experiencia impresa como una marca imborrable en mi interior.

Dentro de mis reflexiones, indudablemente hay una especial sobre el arte del toreo o la tauromaquia. Apruebo pues el criterio de Don Carlos Villalba, en su obra “Del Toreo de las Luces al Toreo de las Indias”, en su aparte “ética con apetito y otras crónicas”, ya que nunca estuve de acuerdo con esa cacareada protección a los animales, en vista de que sus mentores no hacen lo que dicen… En cambio sí permiten que todos los años se celebre el horrendo espectáculo de San Fermín en Pamplona. Aquello sí es una verdadera carnicería, pues se trata de un encierro de toros bravos y hambrientos, que se sueltan en las calles para que persigan al público, con las consecuencias lógicas de una enorme cantidad de personas “corneadas” y hasta muertas. No culpo al público que asiste al desencajonamiento de las reses en San Fermín, por simple curiosidad y hasta por aventurar. Como tampoco culpo a quienes practican la costumbre de los “toros coleados” en Venezuela y en otras zonas de América. Sé que hay gente que asiste a estos festejos con cierta tendencia a alardea, a creerse héroes, con mucho coraje y la mayoría de las veces lo hacen con una buena dosis de licor entre el cuerpo. Me pregunto ¿por qué no hay protección para los caballos en el coleo? La Sociedad Protectora de Animales debería prohibir el coleo a favor de los caballos, porque muchas veces son estos animales los que tienen que ser sacrificados por algún tropiezo que hayan tenido entre la multitud o con los toros. Y ¿qué decir de las peleas de gallo? O es que estas aves son inferiores a los toros en su condición de animales susceptibles de protección? Hablemos claro, entre todas estas tertulias está metida la mano peluda de las apuestas y allí no hay quien haga valer los derechos de los animales.

Entonces, en el asunto del toreo, no debe hablarse sólo de la protección del derecho a la vida de los animales. Debe incorporarse la protección del derecho a la vida de los seres humanos que podemos morir durante la realización de una corrida en festejos que llenan de alegría a las ciudades y de dinero al empresariado y al comercio.

También los toreros y las toreras requerimos protección y ayuda. Ahí queda eso…!

Testimonio de Piluqui de Benavente

Pilar Huerga Mielgo

Calle Villalpando nº 6

49600 BENAVENTE (Zamora)

Esperanza Hermida Moreno

Benavente, 21 de octubre de 2008.

Estimada Esperanza:

Esto de recopilar papeles después de tantos años no es tan fácil como parece, pero bueno haré lo que pueda. De momento te mando un programa de las ferias de septiembre de 1958, en el cual aparece en lugar preferente el nombre de tu madre y el de los diestros con los que toreo esa desgraciada tarde. Una tarde en la cual, dado lo aparatoso de la caída, muchos de los que asistieron a esa corrida pensaron y marcharon convencidos de la plaza que aquella joven muchacha “de los grandes y hermosos ojos” había muerto fatídicamente dada la gravedad del accidente.

Estoy convencida que te preguntarás el porqué de mi interés en el tema, y este no es otro que siempre he querido saber de Conchita Moreno, pues tengo dos motivos muy importantes para ello. El primero por que tenía la clínica donde ingresaron y asistieron a tu madre cerca de mi casa, y también porque soy aficionada a los toros, tanto en el campo como en las fiestas que tenemos en nuestra localidad, ya que aquí contamos con algunas fiestas taurinas, como es la denominada “fiesta del toro enmaromado”. Fiesta ésta en la que me he jugado la vida muchas veces por correr al lado del astado o hacerle fotos, cosa que me ha costado algún revolcón. Por todo ello puedo asegurar que cuando una persona acaba en el suelo la sensación que ofrece encontrarse ante el toro es la de cómo si uno estuviese ante una catedral, y no le da a uno tiempo a pensar en nada más, pues la impresión es única. El toro que se corre aquí pasa de los 500 K.

El segundo motivo de mi interés por la persona de tu madre es más complicado de explicar, pero tratare de contártelo tal y como pasó. Sucede que a unos 19 kilómetros de Benavente, concretamente en el pueblo de Navianos, se encuentra un Santuario enclavado en lo alto de un ribazo, el cual está dedicado a la Virgen del Carmen, cuya romería se celebra el tercer domingo de septiembre, romería que concita gran devoción en la comarca y a la que acuden los pueblos del valle, incluido Benavente. Tiene esta romería mucha fama en todo el contorno, siendo muchas las personas que se dirigían caminando a dicho Santuario, para asistir y escuchar la misa solemne que allí tiene lugar. Pues bien con ocasión de dicha celebración dos amigas mías y yo deseábamos acudir al mismo caminando, pero por ser muy jóvenes nuestros padres no nos permitían acudir solas. Al momento nos enteramos que dos vecinas de Benavente, concretamente la Señora Felipa, conocida como “La de aguas”, y otra señora conocida como la Señora de Voces, acudían todos los años andando al Santuario, por lo cual fuimos a pedirlas que nos llevaran con ellas, cosa que hicieron muy gustosas. Aconteció que cuando fueron a buscarme a mi casa, antes de las 7 de la mañana, era totalmente de noche. Recuerdo además que el cielo estaba completamente estrellado, y que al pasar por la clínica donde se encontraba Conchita Moreno, convaleciente de su reciente percance, pudimos observar como la luz de su cuarto estaba encendida. Fue entonces cuando una de las Señoras que se dirigían en peregrinación dijo: ¡Qué pena, lo más seguro es que se haya muerto la rejoneadora! (dando con ello por supuesto que por ello se encontraba la habitación iluminada). La otra señora contestó: ¡Sí, es una pena que con lo joven y guapa que es esta muchacha haya tenido ese accidente, y lo sola que está tan lejos de su familia y su tierra!. No hablaron más, pero una de las jóvenes del grupo dijo al resto: ¡Esperar, que me quito las zapatillas!. A lo que otra de las acompañantes replicó: ¿Pero hija porqué haces esto?. A lo cual ésta respondió: ¡Para que no sean Ustedes solas las que van descalzas!. A esto último respondió la primera de las susodichas Señoras: ¡Déjala, ya se las pondrá!. Pero la joven hizo caso omiso y no se puso las zapatillas, continuando todo el trayecto descalza, y caminado así los 19 kilómetros hasta el Santuario, donde asistió a la misa y después se puso de nuevo las zapatillas. Todo ello para llegar a la localidad de Navianos de Valverde, atravesando dos pueblos y un monte, ya que en aquel tiempo la carretera era de tierra y por ella circulaban mayormente carros y caballerías. Sin embargo el grupo de peregrinas pudieron regresar en coche.

Pasó el tiempo y fuimos olvidando ese día y también a Conchita Moreno, pero hace un par de años me dijo una amiga: ¡Pilu, te voy a contar algo que no he dicho nunca a nadie!. ¿Recuerdas la primera vez que fuimos al Carmen andando y me descalcé?. A lo cual la respondí que sí, que me acordaba perfectamente. Continuó relatándome como al escuchar a la Señora Felipa y al resto del grupo lo que hablaban sobre Conchita Moreno, ella se paró y se despojó de sus zapatillas. Continuó diciéndome esta amiga: ¡Miré a la a la ventana de la habitación que se hallaba encendida y desde el fondo de mi alma, prometí de intención y pensamiento, que por ti Conchita voy descalza a pedirle a la Virgen del Carmen que no te abandone y te cure!.

La verdad todo esto me dio que pensar, entonces fue cuando empecé a preguntar por ella, y todos la recordaban, pero nadie sabía nada sobre su vida y lo que fue de ella. Posteriormente un día, y por casualidad, en un programa de televisión escuché que la nombraban y que estaba viva. Yo quería contarla esto que acaeció en relación con tu madre sobre la promesa y gesto de aquella amiga, porque estoy segura que el resto del grupo también rogó por ella sin decir nada. Ahora, trascurridos tantos años, y recordando la última parte de la entrevista que a tu madre que le hizo mi amigo Agustín Vázquez en la clínica el 16 de octubre de 1958, creó sinceramente que la Virgen nos escuchó al menos un poquito. Y que como mi amigo Agustín (ya fallecido) recoge en su libro, y a decir de los médicos que la asistieron durante su convalecencia, la curación de Conchita Moreno fue “milagrosa”.

En el deseo de que estas palabras sean de alguna utilidad para conocer todo aquello relacionado con la “milagrosa curación de tu madre”, y todo aquello que tiene que ver con el percance que sufrió y su estancia en esta ciudad de Benavente, es por lo que he querido relatarte este pasaje. En un futuro espero poder hacerte llegar alguna información más sobre ello.

Atentamente:

Pilar ( Piluqui para los amigos)

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