En Tovar se preparan actos en homenaje al 40 Aniversario de la Alternativa de El Tovareño, cumplidos este 30 de Septiembre. Imagen: Luis Pèrez
** Columna: RETAZOS TAURINOS (LXV)
por: Eduardo Soto Alvarez.
- El treinta de septiembre de este 2019, se cumplieron cuarenta años de la Alternativa de Nerio Ramírez, El Tovareño, recibida en Úbeda de manos de Fransciscoi Ruiz Miguel, con toros del hierro salmantino de Sánchez Rico. Nerio es el primer torero en la historia de La Sultana del Mocotíes, en doctorarse en tauromaquia y lo hizo una ciudad joya del Renacimiento, desde 2003 Patrimonio de la Humanidad.
El coleta del lar nativo, es también el primer tovareño en adquirir la borla en España y, para conmemorar las efemérides, el paisano Nilsón Guerrra Zambrano, periodista, historiógrafo y taurómaco, acaba de publicar un libro en cuyas amenas e interesantes páginas, nos relata la vida y avatares de nuestro coterráneo, por abrirse camino en el Arte de Cúchares.
Portada del libro recientemente publicado por el Lic. Nilson Guerra, el cual se dedica a la gran figura del toreo tovareño.
Sea propicia la oportunidad, para felicitar a Nerio por su Aniversario de Rubí en el escalafón mayor de la Fiesta Brava y enhorabuena también a Nilson, por el apropiado homenaje a una figura del terruño, que marcó rumbo e inició una dinastía torera cuya sigificación desborda las fronteras de la patria.
- A principios de 1816 nació en Gelves, cerca de Sevilla, Manuel Dominguez, de quien el maestro rondeño Pedro Romero exclamó al verlo torear: este muchacho no tiene desperdicio, consagrando así el apodo por el cual se conocería en la Fiesta Brava.
Desperdicios, de espíritu aventurero, se vió envuelto en un oscuro caso de asesinato, pensó que lo mejor era huir de España y recaló en Montevideo, donde se dedicó a organizar festejos taurinos donde actuaba. Se presentó también en Brasil, en las corridas de 1840, con motivo de la coronación de Pedro II, allí conoció al dictador Rosas, quien prometió ayudarlo para montarlas en Argentina, lo que nunca se materializó, pero el torero terminó involucrándose en las revueltas intestinas del país, donde permaneció hasta que cayó el tirano en 1852 y entonces regresó a España, tras diecisiete años de ausencia, que lo habían convertido en un extraño en su propia tierra.
Pero el temple de su ánimo nunca lo abandonó, como lo demuestra el percance del Puerto de Santa María en 1857. La cornada fue en la boca y de tal gravedad que le administraron los Santos Óleos, pero el mismo torero se taponó las heridas y las fosas nasales con papel de estraza, lo cual hizo exclamar al galeno, quien lo visitó al día siguiente, que estaba frente a un milagro.
La tauromaquia de Desperdicios estuvo signada por la eficacia, a tal punto que una vez cuando se dirigía al toro con la muleta en la mano, se dio cuenta de que estaba cuadrado y sin darle ni siquiera un pase, le propinó tremendo espadazo recibiendo, lo que era demasiado abreviar incluso en aquellos tiempos. En otra ocasión, cuando toreaba con la muleta, el toro se aquerenció en la puerta de toriles y no hubo forma de sacarlo con la flámula, por lo que el torero buscó un capote de brega y logró arrancar el burel de las tablas.
Desperdicios, de acusada personalidad y cuyo desempeño en el ruedo no era precisamente de corte artístico, fue capaz sin embargo de revivir el pase afarolado, el toreo de rodillas y ser de los primeros en citar no de frente sino de perfil, lo que junto a lo airoso y gallardo de su figura, impregnaba los pases de una particular vistosidad, todo lo cual le permitió trascender su propio tiempo en el mundo taurino.
- Uno de los percances espeluznantes que todavía se recuerda, a pesar que aconteció hace más de dos siglos, es el de Madrid en 1805, cuando Barbudo de la ganadareía de José Gabriel Rodríguez, mató a José Delgado, Pepe Hillo, cuando ejecutaba la suerte suprema. El diestro le había suministrado media ración de acero, superficial y contraria, pero recibió una cornada con campaneo, que le ocasionó la muerte quince minutos después.
El siniestro del torero más popular del momento, quedó registrado en un aguafuerte de Goya; pero Hillo, que a duras penas garabateaba su nombre, ya nos había legado una de las grandes obras de la tauromaquia mundial, al publicar en 1796, valiéndose de la pluma de su buen amigo y gran aficionado Don José de la Tixera, La Tauromaquia o el Arte de Torear.
- En Madrid de los años de los años cuarenta, se corrió un toro del Conde de Santa Coloma de legendaria bravura; no tenía mucho tamaño, tanto así que los veterinarios se opusieron a su lidia, pero por casualidad y contra su costumbre, en el reconocimiento se encontraba el ganadero, quien se opuso a que lo desecharan, amenazó con retirar todo el encierro y solo así pudo ser aprobado.
Bravío, que así se llamaba el toro, tomó siete varas, con alegría, empujando el caballo hasta tablas y descabalgando al piquero, solo entonces, al no sentir la puya en los lomos, dejaba de apretar y aceptaba un capote. Su acometividad continuó a lo largo de la lidia, sus despojos dieron la vuelta al redondel a paso de mulillas, entre las aclamaciones del público y pasó a la historia como uno de los toros más bravos jamás lidiados en el coso madrileño.
Eduardo Soto Alvarez.
27/09/2019.
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