Las últimas temporadas taurinas en Venezuela han sido muy difíciles por la crisis económica, pandemia, ataques antitaurinos entre otras circunstancias adversas, por lo cual es digno de elogio el esfuerzo que realizan las diferentes empresas que organizan las ferias del país. La reducción de festejos es sin duda uno de los problemas más grandes que atraviesa el toreo en general, en una de esas etapas cíclicas que a la tauromaquia le ha tocado enfrentar y remontar.
Pero en Venezuela querer ser torero es prácticamente una quimera. Las novilladas desaparecieron, entre otras cosas porque no hay el apoyo en taquilla, única defensa de las empresas ante la falta de ayudas o subvenciones. Los novilleros deben marcharse a otros países a probar fortuna y adquirir el oficio necesario para llegar a la alternativa. Los pocos que la toman se enfrentan entonces a la cruda verdad: las oportunidades no existen.
Las ferias han reducido notablemente sus corridas, por lo cual los puestos para diestros nacionales son pocos, en los pueblos se celebran festejos que muchas veces deben ser de cuatro toros para reducir costos, quedando menos espacios para mostrarse. Ante semejante panorama los matadores de toros en activo se marchan a otros países, sobre todo a Perú pero aunque sumen fechas y triunfos no se les toma en cuenta. En México, Colombia, Ecuador, España, Francia y Portugal, salvo contadísimas excepciones los toreros venezolanos no tienen opción a torear ni un festival. Así es prácticamente imposible hacer una campaña para sonar en Venezuela.
Sin duda alguna las empresas taurinas hacen un trabajo importante, pero de cara al futuro es necesario ir dando margen a espadas poco vistos. Se deben generar espacios y oportunidades porque la generación de relevo es necesaria y se fomentaría el interés en el aficionado de ver caras nuevas. En el toreo las casualidades no existen, pero las sorpresas sí.
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