5/3/13

La Maruza

La prohibición para que los niños entren a una corrida de toros es una tontería que ofende lo que es el acto en cuestión.

Por: Kike Rosales

La decisión de no dejar que los niños menores de 12 años entren a una plaza de toros a ver una corrida, tiene un basamento bastante frágil. Consideran quienes asumen este caso, que en la plaza se genera violencia; razón bien endeble, además de escueta, porque en una plaza de toros no se caen a “piña” pura los parciales de un torero u otro; ni siquiera las ganaderías tienen partidarios. Es tan simple el argumento que sólo basta con decir que en los toros existen los aficionados y en otras actividades los fanáticos. Estas palabras se diferencian tajantemente: al aficionado lo vemos en la pintura o la poesía; el fanático está más en lo político, incluso en lo religioso o racial; hechos que generan más violencia, al menos más que una corrida de toros. Son términos tomados a la ligera para describir una situación que se puede considerar en criollo como un “chorro de babas”: pensar que los niños, si van a toros, se vuelven violentos.

Lo más triste de esto no es que quienes están al frente de la ley prohiban ello; total, no conocen el mundo taurino. Lo vergonzoso es que quienes están dentro, no levantan la voz dejando que ésto avance sin siquiera protestar. Los medios sólo hacemos una queja suave; y quienes deben dar un golpe en la mesa, se callan. El gremio de los toreros (AVMTN) piensa que las autoridades no se pueden debatir, los empresarios están ocupados en otros negocios y los ganaderos en ver quién les compra una corrida.

En la feria de San Sebastián, Gabo, que sólo tiene 9 años y es alumno de la escuela Taurina César Faraco, increpaba al presidente de la institución diciéndole, con garbo torero incluido: “o sea que yo, que me jugué la vida en la plaza, no puedo entrar a una corrida”. Gabito había estado en un festival antes de la feria de este año 2013 en San Cristóbal y había lidiado un becerro, sin matarlo; eso le da derecho a ver una corrida de toros; un derecho que ha sido cercenado de forma cruel. La madre del niño, quien no es muy aficionada a las corridas de toros, habla con orgullo del muchacho. La escuela taurina, con base en ejemplos, hace también que el niño tenga un comportamiento de caballero con pequeños detalles: como el descubrirse cuando tiene la cabeza cubierta por una gorrilla y dar la mano para saludar o presentarse; lo aprendió en la escuela taurina, porque en la educación diaria no se llevan estas prendas tan toreras.

La prohibición para que los niños entren a una corrida de toros es una tontería que ofende lo que es el acto en cuestión; que no los lleven por no ver sangre, es una decisión que pueden tomar muchos; y es respetable; pero que el argumento sea porque se incita a la violencia, es ramplón y ofensivo. Lo que más vergüenza da es la fuerza que tiene la frase de Gabito en defensa de su derecho a asistir a la plaza, frente al silencio que guardan los que están metidos en una maruza y se llaman taurinos.

Maruza: como se le decía a la mochila en el Táchira cuando se llevaban al mercado, para llenarlas de muchas cosas.

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