Libro: Cincuenta razones para defender la corrida de toros. Motivos del 32 al 35. Imagen: cultoro.com
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[32] La tradición ha forjado una cultura taurina
Algunos defensores de las corridas lo hacen arguyendo que debe su legitimidad a la tradición. Y ante eso los antitaurinos lo tienen fácil para responder que la tradición no es un argumento y que la mayor parte de los grandes progresos de la civilización se han hecho contra costumbres bien arraigadas, y por tanto supuestamente legitimadas por la tradición. Enumeran con razón la esclavitud, la sumisión de las mujeres, la pena de muerte, etc. No es menos cierto que hoy continúan existiendo tradiciones absolutamente detestables como el suicidio de las viudas en India o la ablación de niñas y jóvenes de acuerdo con determinados ritos religiosos.
Sin embargo, en Francia una prudente ley (la del 24 de abril de 1951, transcrita también como uno de los supuestos del artículo 521.1 del Código Penal) declara las corridas de toros lícitas "cuando existe una tradición local ininterrumpida". ¿Quiere esto decir que la tradición es el motivo de la licitud?
De ninguna manera. Lo único que hace la ley es definir su extensión. El matiz es importante. Las corridas de toros son autorizadas no porque hay tradición, sino allí donde hay. La tradición tiene como efecto forjar una cultura local y una determinada sensibilidad. Es justamente esto lo que confirma una sentencia de la Cour d'Appel d'Agen del 10 de enero de 1996: "la tradición local es una
tradición que existe en un entorno demográfico determinado, por una cultura común, las mismas costumbres, las mismas aspiraciones y afinidades...una misma manera de sentir las cosas y entusiasmarse por ellas, el mismo sistema de representaciones colectivas, las mismas mentalidades".
Éstos son los frutos de la cultura taurina, allí donde existe tradición. Coexistir con discursos taurinos, vivir próximo a los toros, relacionarse desde niño con este magnífico y fiero animal, y tener admiración hacia el toro y su bravura, son elementos que han forjado la sensibilidad necesaria para la percepción de este singular espectáculo. De esta forma, lo que sería visto como un acto de
crueldad en Londres, Boston, Estocolmo o Estrasburgo se comprende, se vive y se entiende en Dax, Béziers, Bilbao, Barcelona, Málaga o Madrid como un acto de respeto inseparable de una identidad.
[33] Fiesta de los toros y defensa de la diversidad cultural
La fiesta de los toros es efectivamente inseparable de las identidades que ha forjado y éstas recíprocamente se han construido gracias a ella. No es posible imaginar las ferias de Nîmes o de Vic-Fezensac, de Pamplona o de Valencia, de Jerez en Andalucía o de Céret en Catalunya francesa, sin el toro en la plaza, ni en las calles, ni en los carteles, ni en las exposiciones, ni en las librerías, ni en toda la fiesta, etc. En una época en la que se defiende la diversidad cultural, en la que se pretende resistir a la mundialización de la
cultura, en la que se lucha contra la uniformización de los valores y de las costumbres, en la que se denuncia la omnipotencia de la dominante y avasalladora civilización anglosajona... ¿no hay que defender las identidades culturales locales, regionales, minoritarias? ¿No hay que defender, ahora más que nunca, los "pueblos del toro"?
[34] Unidad de cultura, diversidad de interpretaciones
Como toda gran creación humana, la fiesta de los toros expresa valores universales (ver argumento [31]). Como toda cultura popular, es inseparable de la identidad de los pueblos que la han inventado o adoptado (ver argumentos [32] y [33]). Pero como toda cultura que es a la vez local y universal, la fiesta de los toros se vive, se siente, se expresa diferentemente según las ciudades, regiones o países que la han hecho suya. Lo destacable es que la misma fiesta de los toros, que se desarrolla en la actualidad exactamente de la misma manera en Sevilla, México, Pamplona, Madrid, Bayona, Arles o Cali, no es, de ningún modo, interpretada de la misma manera en esas diferentes ciudades.
En ocasiones se vive como una desinhibida fiesta dionisíaca, en otras como una ceremonia apolínea, en algunos casos como un ritual receloso y circunspecto. La lidia a veces es vista como un juego de quiebros y fintas, a veces como un arte plástico, a veces como una tragedia al anochecer. Las faenas a veces son sentidas como la expresión de la animalidad salvaje y otras veces como la de la humanidad más educada. Todas estas interpretaciones de la fiesta de los toros, y muchas más, son posibles, dependiendo de la idiosincrasia de cada pueblo, y hasta de cada persona. Basta con examinar los dos extremos geográficos de España, el País Vasco y Andalucía, para comprender como cada uno de ellos traduce en su propia sensibilidad la universal fiesta de los toros (de la misma manera que se representa hoy a Sófocles en japonés o en alemán). En el Norte de España, les gustan los toros duros y fuertes y los toreros guerreros que aceptan sus desafíos. En esos ruedos se admira la audacia, la dominación y la demostración del poder. La
corrida de toros es vista como un rito festivo y como un arte marcial. Sin embargo, en el Sur, prefieren los toreros artistas y los toros que se prestan a ese juego. En esos ruedos se admira la elegancia, la gracia profunda y la armonía sensual. La corrida de toros es una de las bellas artes, algo entre la tragedia y la escultura. En Francia, sólo el Sur es taurino y el contraste está entre el Oeste y el Este.
Cada pueblo dispone de multitud de maneras para adaptar y traducir a su propio vocabulario cultural el mensaje universal de la fiesta de los toros.
[35] La cultura taurina y la "alta cultura"
Todo lo expuesto inscribe la fiesta de los toros dentro de las grandes manifestaciones de la cultura popular (argumentos [29] a [34]). Con la variedad innumerable de tauromaquias que los pueblos taurinos han inventado, en su territorio, ocurre lo mismo. Pero lo que le diferencia a la fiesta de los toros de una simple manifestación folclórica es haber sido adoptada y convertida en objeto de reflexión de la cultura "culta". La universalidad de la fiesta de los toros no es solamente la de los valores que transmite (ver argumento [31]) sino también la de los mundos artísticos y cultos donde ha sido acogida y la de las obras que ha producido en las demás artes. ¿Pintura? Sólo hay que citar los nombres de Francisco de Goya, Eugène Delacroix, Gustave Doré, Édouard Manet, Claude Monet, Ignacio Zuloaga, Ramón Casas, Pablo Picasso, André Masson, Salvador Dalí, Joan Miró, Francis Bacon y, en la actualidad, los de Soulages, Alechinsky, Botero, Arroyo, Chambás, Barceló, Combas, entre otros muchos...
Refiriéndonos a escritores, podemos mencionar a Luis de Góngora, Nicolás Fernandez de Moratín, Prosper Mérimée, Théophile Gauthier, Gertrude Stein, Manuel Machado, Jean Cocteau, José Bergamín, Henry de Montherlant, George Bataille, Federico García Lorca, Ernest Hemingway, Michel Leiris, Miguel Hernández, Camilo José Cela...; y hoy, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Florence Delay, etc. A esta lista habría que añadir la poesía de Fernando Villalón, de Gerardo Diego, de Rafael Alberti, de René Char, de Yves Charnet, entre otros muchos. Sin olvidar las músicas de George Bizet, de Isaac Albéniz, de Joaquín Turina, las esculturas de Benlliure, y, en las artes del siglo XX, dentro de la fotografía, la obra de Lucien Clergue, en el jazz las composiciones de John Coltrane y de Eric Dolphy, en el ámbito de la alta costura las creaciones de Christian Lacroix y de Jean-Paul Gaultier, y en el cine las películas de Henry King, de Rouben Mamoulian, de Sergei M. Eisenstein, de Abel Gance, de Budd Boetticher, de Luis Buñuel, de Pedro Almodóvar, etc.
¿Cómo explicar que una tradición tan particular, y aparentemente tan limitada histórica y geográficamente, haya podido inspirar las obras de artistas pertenecientes a modos de expresión, nacionalidades, horizontes y estilos tan diversos, si no fuera porque la fiesta de los toros encierra en sí misma tantos tesoros de expresión artística (ver argumentos [39] a [43]) y tantos valores humanistas (ver argumentos [36] a [38])?
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