22/12/10

Correa, con las de Caín


Paco Aguado - MADRID 1964 - Periodista

tomado de: burladero.com - martes 21-12-2010 - OPINIÓN EN EL SITIO

Rafael Correa, presidente del Ecuador, tiene un hermano al que le gustan los toros. Se llama Fabricio y cada año se sienta en los tendidos de Iñaquito en alguna corrida de la feria del Gran Poder. Y a veces lo hace junto a su madre, a la que Guillermo Albán, su paisano guayaquileño, brindó un toro hace un par de años, justo unos días después de que el hijo más ilustre de tan venerable señora hubiera prohibido la entrada de menores a las plazas y la transmisión de los festejos en horario protegido para la infancia.

Dicen quienes les conocen que en nada se parecen Rafael y Fabricio, aunque hayan nacido y se hayan criado en la misma familia de la élite ecuatoriana. Y aunque, haciendo uso y disfrute de sus privilegios de "pelucones" -así llaman los indigenistas a los pro hispánicos en recuerdo de los empolvados apéndices capilares del virreinato-, ambos hayan estudiado en carísimos colegios y, al menos Rafael, en universidades de los Estados Unidos y Bélgica.

De vuelta a la Patria, Fabricio puso sus conocimientos al servicio de la empresa privada, en una constructora que firmó numerosos contratos con el estado ecuatoriano. Pero Rafael se dedicó a la política, llegando primero a ministro de Economía y luego a dirigir un país sumido en una profunda crisis económica, dolarizado por la caída abismal del Sucre y, a pesar de sus grandes recursos, con millones de forzosos emigrantes repartidos por el mundo. Como consecuencia de una larga sucesión de gobiernos corruptos, cuyos responsables disfrutan ahora de su botín en lujosas mansiones de Miami, el prócer de la familia Correa se encontró con un perfecto escenario, al igual que Venezuela, para ejercer el tentador oficio de la demagogia y el populismo.

Pero algo debió pasar dentro de esa familia, porque "Caín" Correa se encargó cuanto antes de anular esos contratos millonarios que había firmado su hermano "Abel" Fabricio, al tiempo que se daba a la búsqueda del fácil e inconcreto amparo del indigenismo y a seguir las pautas del bolivarismo. Ya saben: esa corriente política suramericana que intenta desprenderse del yugo yanqui... sin perder su fijación antiespañola, manteniendo vivo el rencor contra ese otro imperialismo del que se liberaron hace ya dos siglos y que no es culpable de los actuales problemas del cono sur.

Sobre la base de tantos prejuicios acumulados, sin distinguir muy bien todavía a los malos de la película, se asienta la ambigua política del Correa que cambió las corbatas de seda por camisas bordadas con motivos incas. En el fondo, un disfraz bajo el que oculta su verdadero origen de burgués oligarca, como aquellos criollos que, tras la independencia, se pusieron en manos de los anglosajones para seguir viviendo a costa del indio.

Burgueses y oligarcas, igual que la familia de la que procede, llama ahora Correa a quienes defienden los toros en el Ecuador, entre quienes se encuentran su hermano Fabricio y, no lo olvidemos, sus principales enemigos políticos. Y, encubriendo sus intenciones con mensajes pacifistas que no se ajustan a las violentas costumbres indígenas, quiere ahora asestarles un sonado golpe de efecto cargado de resentimiento personal: prohibir las corridas con un pretendido referendo que viene ya precedido de una persistente campaña antitaurina de su gobierno.

Porque lo importante, al parecer, no es que haya miles de niños mendigando por las calles de Quito, sino que no entren a los toros, que no vean la violencia que ejerce un torero español contra ese animal al que los indígenas, en el páramo andino, torturan aferrándole un cóndor sobre el morrillo como antisímbolo contra el virreinato. Hay que evitar urgentemente que los niños sean testigos de esa violencia, pero no hay tanta prisa en evitar que la sufran en sus carnes en las calles de un país hundido por la inoperancia de sus políticos.

Anuncia Correa un referendo no tanto contra los toros sino contra la Feria de Quito, la pasarela de su oposición. Porque no creo que se atreva a acabar con los siglos de tradición de esa otra fiesta, aún más arraigada, que son los que allí llaman toros de provincia, los que disfruta un pueblo ecuatoriano que intenta evadirse de cientos de años de sufrimiento y opresión, ese al que él mismo dice defender. Pero más bien parece que el burgués Rafael Correa no quiere defender a nadie, sino agredir y rehuir sus propios orígenes con ese refrendo en el que los primeros votos en su contra serán los de su propia familia.

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