Gustavo Colmenares Pacheco: El 13 de diciembre había cumplido 85 años. Foto: Facebook
Ayer (02-01-2021) murió mi tío: Gustavo Colmenares Pacheco; el 13 de diciembre había cumplido 85 años. Ese mismo día comenzó a tener síntomas de covid-19; le dieron de inmediato tratamiento para el virus. Lo hospitalizaron el 21 de diciembre. Siendo muy católico, el día antes, llamó al cura de su parroquia para que le diera la unción de los enfermos.
Así se entregó a los médicos del Hospital del Seguro Social en San Cristóbal, donde trabajó toda su vida como odontólogo. Lo trataron muy bien; pero mis primas no pudieron volverlo a ver. Ahora solo recibirán sus cenizas. El encargado de la incineración les dijo por teléfono que las cenizas “habían quedado muy bonitas”. Quién sabe qué significa eso. Lo que sí sé, es que sus hijas, sus nietos, y sus sobrinos, sentimos un gran dolor por su pérdida.
Era un hombre alto, muy blanco y de ojos azules, rasgos que ponían en evidencia a sus ancestros italianos. Su padre murió muy joven de un infarto. Mi tío a su mediana edad se dio cuenta de que tenía que cambiar el rumbo de esa carga genética. Comenzó a trotar todos los días por las calles del pequeño pueblo andino: Táriba; él fue obtuso para estas cosas de la modernidad, reservado y convencional. En los relatos orales solo los locos deambulaban ensimismados por la calle; pero, mi tío era el “Doctor Colmenares”, y el respeto y la admiración que todos le tenían, derrumbó esas leyendas pueblerinas.
Cuando los visitábamos, algunas veces salía muy temprano con él a trotar o caminar; no le podía llevar el paso; era rápido y resistente, sobre todo en las veredas más empinadas. En el trayecto, los vecinos, amigos y conocidos lo saludaban: ¡Adiós, doctor! Parecía que algunos solo estaban al frente de sus casas, a esa hora tempranera, para saludarlo como un ritual de la mañana; y así beberse la energía que les transmitía con su trote y un amable "Buenos días".
Gustavo adoraba a mi tía Nilda; sobrevivió a la tristeza de su partida estos doce años. Yo tuve una vida muy cercana a ellos, junto a mis primas. De la Isla de Margarita al Táchira; o del Táchira a la Isla de Margarita: nos veíamos casi todas las vacaciones.
Cuando mueren personas así, como ella, como él, siendo padre, tío, hermano y abuelo, muere una historia viva de la familia, incluso de su comunidad; muere un referente palpable, muere quien estaba a cargo de un tesoro genealógico. Mi madre siempre decía: “Gustavo es un hombre íntegro”; fue un hombre disciplinado, trabajador, serio, y muy alegre en las fiestas. Estuvo muy ligado al pueblo donde nació e hizo vida familiar y social, y donde ejerció su oficio como “dentista”. ¿Vivió mucho? Sí. ¿Vivió bien? Sí. Eso hoy no resta dolor por su muerte, ni el anhelo de haberlo tenido unos años más, tan sano, lúcido y enérgico como lo era.
Los hombres como mi tío -en Venezuela, España o la China- son importantes para darnos más historia, para darnos memoria, para darnos sentido de familia; y cuando mueren, morimos un poco con ellos...aunque después sé que nos reanimará su vivo recuerdo.
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