Algunos matadores usan la esclavina para colocar logotipos bordados que lo identifican, como es el caso de El Fandi (foto); también, el nombre de los diestros, siempre va impreso en letras negras en el envés del capote. Foto: desolysombra.com
Columna: RETAZOS TAURINOS (XXVII)
por: Eduardo Soto
•Hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XVIII, los toreros usaban sus capas para burlar la embestida de los cornúpetas. Es oportuno recordar que la capa fue, desde tiempo inmemorial, atuendo típico de los españoles de toda índole y su lujo o modestia pregonaba la condición económica del portador. Esta prenda gozaba de profundo arraigo en la historia y cultura españolas, por ello cuando en 1776, el Marqués de Esquilache decretó la prohibición del uso de la capa, se produjo un motín de grandes proporciones en casi toda España.
De todas maneras, con el paso del tiempo, el capote de torear empezó a sustituir la prenda de vestir en los menesteres taurinos. En la primera época se confeccionaban de lana ligera llamada lamparilla; luego se hicieron de seda, cuya caída y peso era muy diferente a las actuales y su manejo era a base de muñeca y temple. Pero este tipo de capotes fue desapareciendo, no solo por el elevado costo de la seda, sino por la competencia del ejército que, en aquellos tiempos, la usaba para hacer paracaídas. Al parecer, los últimos capotes de seda, se hicieron para Curro Romero en 1976.
En la actualidad, para confeccionar capotes y paracaídas se utilizan fibras sintéticas, en el primer caso con mucho cuerpo, para impedir que se enganche el cuerno del toro y se le añade rigidez con un baño de goma. Los capotes modernos están además tratados químicamente, para evitar que la sangre del burel penetre en la tela, la cual es siempre de un vivo color rosa para facilitar su visibilidad.
El capote extendido tiene la forma de tres cuartos de circunferencia, con un radio ligeramente mayor en el centro. En los picos se suelen colocar, entre la tela y el forro, unos pequeños discos de corcho para facilitar el agarre, especialmente útiles cuando se lidia a una mano. Además, se distribuyen los forros interiores del capote, para adaptar el peso a la técnica del torero y a su estilo de lidiar sus dos principales oponentes: Toro y viento. El peso del capote es de unos cuatro kilos, lo que hace necesario dedicar tiempo al toreo de salón, para poder manejarlo con soltura y, sobre todo, con arte.
•Los capotes llevan superpuestas en su parte central un pedazo del mismo material llamado Esclavina. Como su origen fue la capa, las cuales solían llevar una más pequeña que cubría cuello y hombros, no es de extrañar que se use también en los capotes. Algunos matadores usan la esclavina para colocar logotipos bordados que lo identifican, como es el caso de El Fandi. En todo caso, el nombre de los diestros, siempre va impreso en letras negras en el envés del capote.
La historia de la Muleta
•En cuanto a la muleta, en los albores de la tauromaquia, su uso carecía de importancia, pues era una mera defensa para preparar la suerte suprema y, la mayoría de los diestros, se limitaban a trastear al toro por la cara sin hacerlo pasar. La calidad de un torero se evaluaba por el número de lances que ejecutaba con la mano izquierda, pues el toreo derechista se consideraba de recurso, pues la muleta se desplegaba en toda su extensión y muchos pases se ejecutaban con el pico.
La invención de la muleta se atribuye (sin plena certeza), al gran maestro rondeño Pedro Romero a finales del siglo XVII y Pepe Hillo en su Cartilla del Arte de Torear, a principios del siglo XIX, la describe como un palillo de unos cuarenta centímetros de longitud, con un gancho romo en uno de sus extremos, en el cual se mete un capotillo cuyas puntas deben unirse al otro extremo dándole algunas vueltas para que quede sujeto.
Con el tiempo, palillo y franela fueron creciendo, hasta que, a mediados del siglo, alcanzaron los ochenta centímetros de largo y la tela llegó a ser una especie de capote. Hoy día, la muleta varía de peso y tamaño a gusto del matador y son de color rojo, pues antes podían ser amarillas o azules.
Antaño, muchas faenas de muleta se iniciaban con los ayudados por bajo, rodilla en tierra, los famosos doblones, que prodigaba con frecuencia el madrileño Vicente Pastor, los cuales tenían mucho mérito, pues los ejecutaba con la mano izquierda. Hogaño, se suelen iniciar con los ayudados por alto llamados estatuarios, el matador cita de perfil y cuando el animal llega a jurisdicción, levanta verticalmente el engaño para dejarlo pasar y la mayor virtud del pase es probar la embestida del toro. Actualmente, algunos diestros ejecutan estatuarios, pero al ir llegando el animal se cambia el engaño y se pasan el burel por la espalda, lo que entraña un riesgo mucho mayor. La parte medular de una faena de muleta es el toreo en redondo, es decir que el toro se desplace en semicírculo alrededor del torero, lo cual no es fácil de lograr, pues se le obliga a desplazarse fuera de la recta, que es la línea natural de la embestida del toro. La suerte fundamental del toreo de muleta es el pase natural rematado con el obligado de pecho. Se toma la pañosa con la mano izquierda y por el centro del estaquillador, de forma tal que se cuadre y la espada se lleva en la mano derecha, colocada en la parte posterior de la cadera, en demostración de que no necesita de su ayuda. El forzado de pecho viene tras una serie de naturales, se obliga el animal a seguir el engaño y se vacía por alto y hacia los adentros, los entendidos decían que debía rematarse en la hombrera contraria.
Según el escritor vallisoletano, miembro de la Real Academia Española, gran aficionado y autor del monumental tratado sobre tauromaquia, José María de Cossío, la muleta ha llegado a ser el auxiliar esencial de la parte más importante y bella de la lidia de un toro. ¿Cómo les parece?
Eduardo Soto
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