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por: Kike Rosales
Mis recuerdos de las primeras veces que fui a los toros están llenos de mi mamá, pues ella era la aficionada, papá de verdad poco le gustaban, recuerdo las tardes en el bajo de sol de la Monumental de Pueblo Nuevo donde entendí el país que tenía en mi infancia.
Subíamos a la una de la tarde, vestidos de la mejor manera; la conversación antes de sonar “el tararí…” era de lecciones filosofales tales como: “Los amigos son como las casas viejas: se reciben con goteras e hipoteca; nunca tengas plata, ten crédito; No te emborraches en una iglesia” y quizá la que más tiene que ver con este escrito: “A los toros se va bien vestido”.
Los años me tienen presente a Miryam cada vez que hablo de toros, y me pongo a pensar qué sería de ella ante la situación tan dura que vivimos hoy y de la cual no se escapan los toros. Veamos…
Trasladarse de una ciudad a otra para ver una corrida necesita más dinero que en otros años; los pasajes en avión son costosos; otra de las cosas que ahora inciden es lo del vehículo personal: el pánico de gastar los cauchos o que se acabe la batería es terrible, por una sola razón: conseguirlos es un verdadero drama; tienes que hacer una cola de días o debes comprarlo con un mil por ciento de incremento en el costo, sumando a eso el temor que te roben en el estacionamiento de la plaza y otras preocupaciones mas. Ante esto, entonces te queda la opción de viajar en autobús (que es más económica); pero aparece la otra parte: es que los precios de los hoteles están para muchos inalcanzables y habría que sumar lo de comer en restaurant, que como sabemos ha aumentado de manera considerable.
También hay que mirar otro punto: Organizar una corrida de toros es muy costoso; comprar un encierro nacional se volvió un lujo, los precios están por arriba de la posibilidad de muchos poder hacer una corrida; contratar toreros extranjeros debe ser en dólares; y demás está decir lo difícil que es conseguirlos por la vía oficial y lo caro que es en lo que llaman “el dólar negro o paralelo”.
Entonces, eso tiene que ver en el costo de las entradas, que se encarecen para el que quiera ir a una corrida fuera del sector donde reside; incluso en su propia tierra; incrementando así entonces el dinero a gastar.
Habría que sumar otro hecho cotidiano: de verdad, después de hacer una larga cola para comprar comida y pensar en pagar el alquiler, quedan muchos por fuera de la idea de asistir a una plaza.
El país es otro, es distinto a lo que conocíamos hasta hace poco tiempo o al que viví de niño con mamá; pero este cambio no se nota en evolución sino en todo lo contrario: el retroceso es innegable, y tiene que ver con los toros que andan tan mal en los últimos tiempos. Porque sumado a una ausencia de línea conductual, a un plan que lleve a la gente a identificarse con el acto que es una corrida, existe también esta triste verdad que vivimos en la actualidad: “…que la plata no alcanza” sino a lo sumo, medianamente pa’ comer.
Las corridas a lo largo de la historia han vencido hechos que las han querido acabar: religiosos, jurídicos, políticos e incluso guerras; pero en este caso, es una autenticidad contra la que cuesta mucho “pelear”: El drama económico que vivimos. del cual no escapan las corridas de toros, que no es otra que esa “triste realidad país” que llaman.
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