28/4/13

“Yo vengo a ofrecer mi corazón”


Maestro César Faraco de la Escuela Taurina de San Cristòbal Foto archivo: AG Soteldo

por: Kike Rosales.

La formación que comienza en el hogar debe ser acompañada por la de la escuela, los principios aritméticos, sumar, restar, multiplicar, dividir, aprender a leer la interacción con la sociedad y los conocimientos académicos crean ciudadanos con mentalidad adecuada para que en su momento sean las personas que necesita una sociedad. En líneas generales eso parte de la importancia de la escuela; también hay otras escuelas: algunos consideran que la calle podría tener este nombre. La calle da claro oscuros que académicamente no forman, pero hay circunstancias que no se resuelven en el aula, a veces esa calle es necesaria para saber que las equivocaciones en la vida se pagan muy duro, incluso con la cárcel; existe otra, la taurina.

Mi acercamiento a una escuela taurina se lo debo a la de San Cristóbal, cuando en aquel Mayo de 1996 Manolo Ordóñez le pedía, el día de la inauguración de la misma, al maestro Faraco: “Regálenos un torero”. Comenzaba una interacción que dejó huella en la vida Taurina del Táchira. Faraco era un maestro en toda la extensión de la palabra: señorial, caballeroso, decente y por arriba de todo, un torero. La escuela recibió a una gran cantidad de muchachos que se quisieron hacer toreros: “MARAVILLA”, quien fuera triunfador de la feria, salió de allí; “el Pino”, fue el otro matador; el “morocho” Molina, se hizo novillero; Gerson Guerrero, fue claro al verse metido dentro del aula, al decir que lo que quería era ser subalterno, la cual es su profesión; “Vitico” quien en vez de torero formado en la escuela se convirtió en un cronista taurino importante; solo por nombrar algunos, es decir que la escuela ha dado frutos destacables, pero lo que más destaca a los muchachos que han pasado por esa aula es la decencia y la ética impartida. Mucho se le debe a Víctor Hugo Mora Contreras, abogado y taurino de hueso colorado cuyas lecciones de vida son inolvidables; y al Maestro Faraco, indiscutiblemente.

Faraco se nos adelantó hace un año, esa ausencia que tanto dolor generó, abrió la interrogante sobre en manos de quién podría quedar al escuela. Ramón Álvarez “el porteño” fue el nombrado: ímpetu, conocimiento y otros factores se han demostrado. Dentro de esa fe ciega en el mundo del toro, el actual maestro de la escuela ha dado algo llamado festivales de clases prácticas, buscando colaboración de cualquier forma. Ha dado tres en el año y medio que tiene al frente de la escuela. El último fue el sábado pasado, entre tantos que asistieron, estuve yo; la satisfacción fue de verdad enorme. Los becerros que embestían, y los niños que querían torear, entre revolcones y ole. Todos estábamos pendientes de lo ocurrido en el ruedo, la cara de satisfacción de los muchachos se regó entre la gente que estaba en la plaza.

Es muy difícil a esta altura poder cumplir la petición de Manolo a Faraco: un torero… Ojalá y así sea, en unos años lo sabremos; pero lo que más nos llena de orgullo es ver como los muchachos andan despacio y garboso, y que la formación integral de la escuela taurina se nota al hablar con los alumnos. Los caracteriza el respeto, la ética y la decencia. Esperamos tener algún día un torero, ojalá y sea figura; pero la escuela taurina César Faraco en San Cristóbal está formando también gente. Solo me queda agradecerles, en ese acto es cuando nos damos cuenta de que, como dice la canción de Fito Páez: “Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”.

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