La Pajuelera, inmortalizada por Goya, en la lámina 22 de su serie de grabados sobre La Tauromaquia, que ahora se puede admirar en el Museo Taurino de Mérida Foto: almendron.com
por: Eduardo Soto
Cuando se celebra el Día Internacional de la Mujer, vaya para ellas sincero homenaje de cariño y respeto. Junto mi admiración, les recuerdo que la mujer ha figurado desde tiempos inmemoriales en casi todos los ritos, incluyendo los de toros. Evoquemos, el Rapto de Europa o los frescos de Knosos en Creta, que se remontan a unos quince siglos antes de Cristo.
Muchas centurias después, en las pinturas de los alfarjes del Claustro, en el Monasterio burgalés de Santo Domingo de Silos, observamos a una mujer lanzándole arponcillos a un toro, quizás las primigenias banderillas.
En España, ya a principios del siglo XVIII, surgen las primeras toreras y, quizás la más importante, haya sido La Pajuelera, inmortalizada por Goya, en la lámina 22 de su serie de grabados sobre La Tauromaquia, que ahora se puede admirar en el Museo Taurino de Mérida, merced al connotado aficionado y académico Chachá Quintero.
En la segunda mitad del siglo XIX, tenemos a la sevillana Dolores Sánchez, La Fragosa, quien pudo retirarse de los ruedos con solvencia económica y Carmen Lucena, La Garbanzera, valiente y encarnizada rival de la torera belga Eugenia Baldes; y el pintor Gustavo Doré, hizo un retrato de Teresa Bolsi, la andaluza que llevaba una cuadrilla conformada solo por mujeres.
Hacia fines del mismo siglo, hacen su aparición las Señoritas Toreras de Cataluña, eran nueve jovencitas, que en 1895 y 96, actuaron, a casa llena y con pleno éxito, en 90 corridas y se presentaron en América y en Filipinas.
A principios del siglo XX, encontramos a María Salomé, La Reverte, La Guerrita y La Malagueña, pero en 1908, viene la prohibición que quitó a las mujeres de los ruedos por largos años.
Luego, surge una de las grandes figuras del toreo femenino: Juanita Cruz, quien era tan destacada, que muchos toreros de la época se negaban a alternar con ella. En 1936 debuta con éxito en Las Ventas, era la primera vez que en la Catedral del Toreo, oficiaba una mujer en una novillada picada y Juanita lució ese día falda de luces en vez de taleguilla. Al comenzar la Guerra Civil, se vino a Venezuela y en 1938 cortó tres orejas, en el Nuevo Circo de Caracas, que la consagraron como auténtico ídolo.
En España, la prohibición de torear para las mujeres, que había sido suspendida en 1934, volvió a entrar en vigor en 1940. Apareció entonces la Edad de Oro del rejoneo femenino, como la bautizara Rafael González Zubieta, El Zubi, cuya investigación constituye la base de estas líneas.
La figura más relevante de la época fue Conchita Cintrón, cuya gracia y personalidad, cautivaban a todos, dentro y fuera del ruedo. Su trayectoria es bien conocida y su última aparición a caballo fue en Nimes, en 1991, para dar Alternativa a la rejoneadora María Sara.
La prohibición, produjo otras buenas rejoneadoras, como la colombiana Amina Assís, apadrinada por Belmonte y quien solía ejecutar la suerte suprema a caballo, pero con un estoque. Lolita Muñoz, veterinaria brasileña, quien llegó a compartir cartel con Ángel Peralta y debutó en Las Ventas en 1968 con Paquita Rocamora, quien tuvo que retirarse en 1976, tras dos fuertes percances que le produjeron conmoción cerebral.
Encontramos también a Antoñita Linares, jienense criada en Linares, quien se presentó en Madrid en 1967, actuó allí cinco veces, antes de retirarse en 1980, a consecuencia de un percance en Torremolinos. Fue la primera mujer atendida en el Sanatorio de Toreros de Madrid.
Otras rejoneadoras de esa época fueron la Jerezana Emmy Zambrano, la ledesmina Dolores López Chaves, la sevillana Carmen Dorado Calero y, últimamente, destaca la joven francesa Lea Vicens.
Volviendo al toreo a pie, en épocas más recientes, encontramos, a finales de los setenta, a Maribel Atienza, cuya diminuta figura impuso respeto a centenares de bureles; a la madrileña Cristina Sánchez, quien fuera alumna aventajada de la Escuela de Madrid y tomó su alternativa en Nimes, en 1996, de manos de Curro Romero; y Mari Paz Vega, la primera mujer en tomar Alternativa en España. Lo hizo en Cáceres en 1997 y fue Cristina Sánchez, quien le cedió los trastos. Mari Paz, triunfó este año en la Feria Internacional de San Sebastián.
Si nos asomamos a la tauromaquia mexicana, en su vertiente femenina, destacan Raquel Martínez, Marbella Romero, Lupita López e Hilda Tenorio.
Entre las venezolanas, me limitaré a recordar, pues ustedes saben esa historia mejor que yo, a Conchita Moreno, pionera del rejoneo en América y quien, a finales de los cuarenta, como parte del Grupo de Las Señoritas Toreras recorrió Venezuela, México y Colombia. Oriunda de este país, cabe mencionar a Bertha Trujillo, Morenita de Quindío, quien tomó Alternativa en Tabasco, México, en 1968, y cortó orejas y rabo a un ejemplar de la ganadería de Presillas.
En este breve sobrevuelo de la tauromaquia femenina, habrán notado que podemos encontrar un buen ramillete de mujeres toreras de a pie y de a caballo, pero no es el caso de las picadoras. Pues bien, la única mujer que tropecé con Castoreño, fue la sevillana Eva Armenta, hija de banderillero, quien, a mediados de los noventa, se presentó en la localidad andaluza de Guillena, a las órdenes de Manolo Campuzano.
Por cierto, hace algunos días falleció la torera Ángela Hernández y vaya para sus deudos nuestra solidaridad. A la decisión y tenacidad de esta alicantina, se debe la triunfante batalla legal para que las mujeres pudieran conseguir de nuevo, en 1974, el derecho de torear a pie en España.
Me viene ahora al espíritu, porque lo he observado en varias de nuestras plazas, que cuando un torero brinda su toro a una dama, le lanza la montera como de costumbre, de espaldas. Este es un gesto más bien poco cortés, pues a las damas nunca se les debe dar deliberadamente la espalda, menos aún en la Monumental de la Ciudad de los Caballeros y la montera debe hacérsele llegar de frente.
Esto me lleva al brindis hecho a un oficial de la Guardia Nacional, durante la última Feria del Sol, cuya foto fue muy publicitada y motivo de controversia. En mi opinión, el torero puede brindar su toro a quien quiera, pero no invitarlo, sin autorización de Usía, a salir al ruedo a recibirlo, a no ser que haya sido para un colega en traje de luces o a empleados de la plaza, autorizados para trabajar el ruedo, como los areneros. El brindis debe concretarse a través la barrera y no debe permitirse que una persona, menos con uniforme militar y portando armas, pise la arena de una plaza de toros, durante el desarrollo de una corrida, excepto, por supuesto, debido a razones de verdadera emergencia.
Eduardo Soto
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