Sábado 18 de Mayo en San Cristóbal


Bono de colaboración desde 10 $ en: Asogata, 
Escuela Taurina César Faraco: Plaza Monumental, Pueblo Nuevo  
Restaurante Miura: Calle 18 con carr. 20, San Cristóbal 
Contacto: 0412 658 4112

10/3/17

Bigotes y Tauromaquia

Félix Robert, un torero con bigote. Foto: aplausos.es

por: Eduardo Soto

El primer diestro francés en la historia del toreo en adquirir la borla, fue Pierre Cacenabe, nacido en 1862 y quien figuraba en los carteles como Félix Robert. El gusanillo de la afición lo prendió cuando era mesonero en Mont de Marsan, ensayó con toros de la Camargue y, posteriormente, obtuvo un Diploma de Aptitud (quizás el antecedente de los que se entregan en Tovar), emitido por la pequeña escuela taurina que, para apaciguar su afición, regentaba en Sevilla, Manuel Carmona, ya retirado de los ruedos.

En 1894, tomó su Alternativa de manos de Fernando El Gallo, en Valencia, pero no tuvo suerte en España y retornó a su país natal, le fue mejor y entonces regresó para confirmarla en Madrid en 1899, con Enrique Vargas, Minuto, como padrino. Toreó poco y desigual, por lo que empezó su andadura como empresario taurino. A finales del año siguiente, se radicó en México, donde regenta el coso de Ciudad Juárez y en 1912, al estallar la revolución mexicana, retorna a Francia. En Marsella organiza algunos festejos, hasta que se lo impide el comienzo de la Guerra Mundial. Félix Robert, murió en 1916 y fue una de los poquísimos toreros que lucía bigote con traje de luces.

Curiosamente, otro torero en usar mostacho, fue Ponciano Díaz, primer diestro mexicano de alternativa, cuyos enfebrecidos seguidores, llenaban las plazas al grito de Ora Ponciano. Toreaba a la mexicana, con suertes de caballo y lazo, pero fue cediendo a la influencia española, entre otras cosas, porque sirvió a las órdenes de Bernardo Gaviño, decisivo para producir esa transición, hacia finales del siglo XIX. Ponciano lidió su primer novillo en 1877, en una fiesta charra y en 1884, se trasformó en el primer torero en actuar en Estados Unidos, concretamente en Nueva Orleans, donde, a lo mejor, persistía aún alguna reminiscencia francesa.

Viaja a España en 1889 y, en octubre, se doctora con todo lujo en Madrid, pues le cede los trastos Frascuelo, en presencia de Guerrita, con un ejemplar del Duque de Veragua. Cuenta la historia que Lumbrero mansurroneaba en tablas y Ponciano pidió a su padrino que lo sacara al tercio, a lo que Frascuelo le espetó: Esos toros se matan ahí, por lo que el toricantano procedió, sin más trámite, a poner fin al trasteo de certero volapié.

Díaz había nacido en 1858, en Atenco, en el Valle de Toluca, cuna de la Fiesta Brava mexicana, donde surgió la que llegaría a ser la ganadería brava más antigua del mundo aún en pie, fundada en 1522, por Juan Gutiérrez Altamirano, sobrino de Hernán Cortés.

Ponciano no solo fue una figura histórica en el toreo mexicano, sino determinante para la continuidad de la Fiesta Brava en su país. Ayudó a muchos principiantes e impulsó la construcción de la recordada Plaza capitalina de Bucareli, con capacidad para diez mil espectadores.

Trató, quizás en demasía, de rescatar el toreo a la mexicana y pasó de ser ídolo de multitudes al progresivo olvido, que intentó combatir en compañía del dios Baco. Falleció en 1899 y sea esta ocasión propicia, para rememorar la leyenda de una de las figuras más populares de la tauromaquia azteca de las postrimerías del siglo XIX.

Eduardo Soto

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