Clementina con el doctor Ramírez Avendaño, rodeada por Carlos Maldonado, Vicente Lozano, Sura Cecilia Colmenares, María Adelaida y Francisco. Foto: blog elvitoalostoros
por: Víctor José López EL VITO
Antonio Ordóñez crece día a día en el imaginario al paso del tiempo, en esas fantasías que han ido creando los taurinos. La rivalidad del rondeño con Luis Miguel, invención que nació con el propósito de emparejarlo a Dominguín en la Época de Manolete y Arruza, a la que por derecho propio pertenece Luis Miguel Dominguín, fue más un intento de Hemingway, que pretendió con una tauromaquia literaria ocupar el rellano de la escalera en la casa de la Historia del Toreo, aquel verano que su literatura tiñó de sangre derramada por su pluma fuente, más que por las cornadas de los afeitados pitones de los toros. Pamplona, y sus sanfermines, le dieron un sitio a Ernesto Hemingway en el toreo, sitio que le negaron Madrid y, por supuesto, Sevilla.
Sobre Ordóñez giró la rueda del recuerdo en rotación grata y perfecta sobre el eje de la reunión en la casa de Clementina Seijas de Octavio, la querida aficionada que nos reúne a Los Amigos del Toro, de vez en cuando en la más sabrosa de todas las reuniones.
Ordóñez, eje central de toda una época, se convirtió en el más deseado atractivo para aquellos toreros que aspiraban al cetro de monarca de la fiesta. Entre ellos César Girón, en su año cumbre de 1954, que luego de cortar dos rabos en la Feria de Sevilla, de arrasar con todos los trofeos de la temporada española, llegó al ardiente septiembre para estrenar arena en Ronda en la Corrida Goyesca. Cartel que, curiosamente, reunió a dos caraqueños. Antonio Bienvenida y César Girón, quienes compartieron con el rondeño Cayetano Ordoñez el primero de los carteles de las corridas que la Ronda de los Ordoñez comenzaría a escribir otra historia con la tipografía de la prensa del corazón.
Girón fue el triunfador de aquella tarde en Ronda en septiembre de 1954. Concurso de ganaderías andaluzas, Miura Concha y Sierra , Felipe Bartolomé, Pablo Romero, Joaquín Buendía y Mora Figueroa. El premio al toro fue para el de Miura, Pajarraco no 56, y el del matestro triunfador para César Girón.
César Girón nunca más fue invitado a torear en Ronda. Y no lo hizo porque Antonio Ordóñez, organizador de la Corrida de Ronda, siempre lo excluyó a él y a sus hermanos de la plaza rondeña. Nunca Ordóñez los pudo superar.Cuando toreó junto en Caracas con Curro Girón, fue “don Francisco” el que le metió “las cabras al corral” al Maestro de Ronda y a Alfonso Ramírez “El Calesero”. Ordóñez, grandioso torero, no cabe la menor duda, en ningún cartel, en ninguna plaza pudo superar a los de Maracay. Ya fuera Sevilla o Madrid, México, Valencia, Ronda, Lima, Maracay o Caracas.
Esta rivalidad no deja de crecer, fue el eje sobre el que rodaron los recuerdos taurinos de Clementina, epicentro de la muy grata reunión que tuvimos en su casa, a la que asistieron sus hijas María Adelaida y Amelia y su hijo Francisco Octavio Seijas, además de los aficionados Aura Cecilia Colmenares, Alberto Ramírez Avendaño, Carlos Maldonado Burgoin, Vicente Lozano Rivas.
Un ejemplo de la admiración que por el maestro de Ronda siempre tuvo Clementina Octavio, lo narra en una hermosa anécdota María Adelaida. Ha sido ella un muy grato y sorprendente descubrimiento en la tertulia, pues es ella una fuente del buen hablar taurino, muy difícil de encontrar en esta Caracas de hoy, que sabe salpicar, María Adelaida, con cataratas de pasión en sus recuerdos.
Entre los muchos rivales que tuvo el de Ronda, el más autentico y natural fue el sevillano Paco Camino
Entre los rivales que los mercaderes del toreo buscaron para que Antonio Ordoñez tuviera un digno rival, estuvo muchas veces en sus combinaciones el sevillano Paco Camino.
Cuando se anunció el mano a mano entre Antonio Ordóñez y Paco Camino en Ronda, temporada de 1975, con toros de Carlos Núñez, ya el de Ronda y el de Camas habían toreado varios manos a mano, o habían compartido carteles de tercias importantes. Era la corrida, María Adelaida nos cuenta que la anunciaban como “¡La corrida del siglo!”
Todo Madrid y toda Sevilla estaría en la Maestranza de Ronda, y ni Clementina ni María Adelaida habían pensado por asistir a la corrida. ¿Cómo? Se preguntaban, la solución estaba en el carro del esposo de María Adelaida, que por nada del mundo le permitiría hacer tan largo y peligroso viaje conduciendo a su esposa.
En un abrir y cerrar de ojos estaba Clementina de Octavio en el volante, y como copiloto su hija María. Carretera de altas montañas, cerradas curvas y pendientes peligrosas que fueron sorteadas con maestría por la gran aficionada barquisimetana. Su copiloto no decía ni “pío”, y a mitad de trayecto cuando le pregunta porqué no hablaba le reveló que se moría del dolor, pero por no regresar a Málaga y perderse la corrida prefería el dolor de estómago al dolor de aficionada. Al llegar a Ronda la vio el médico del hotel, y le dijo que no era importante y le recetó un par de aspirinas.
La corrida fue de apoteosis, entre los dos maestros cortaron siete orejas, salieron a hombros de la Maestranza, y la gente loca de contento comentaba que habían sido testigos de lo nunca antes visto.
Llegaron a Málaga y María Adelaida, pasada la emoción del festejo, recayó en su malestar. La vio un eminente médico y la regañó porque lo que a todas luces eran síntomas de una situación de cuidado. La paciente le contó al doctor de Málaga “es que el doctor de Ronda tampoco quería perderse la corrida”.
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