Sábado 18 de Mayo en San Cristóbal

14/9/10

La Montera


Poesía Taurina por: Néstor Melani Orozco - publicado en Diario La Nación -

De la Giralda los ojos morenos, labios rojos, moza bella de España antigua. Como gritando. Gritando versos en la luz y en la multitud de una corrida, manto azul de los poetas, manos blancas perfumadas y hacedoras de castañuelas, en los gritos del toro bravo, en las penas de un torero, en los besos con claveles rojos y en las noches de lunas y cielos.

Como la puntualidad de una pincelada o la carta de amor en los destellos del tiempo. En el campanario de las romerías a un San Sebastián esculpido del viejo Rafael Pino y sal hermosa de los delirios en los ocres de aquellas visiones del Torbes dejando estelas de aguas y recuerdos.
¡Oh! San Cristóbal, como arrancada al Guadalquivir en los tonales momentos de tu Feria de América. Te veo a través de esta montera de aquel torero que describió sus faenas con esencias de Sevilla, Granada y verónicas desdibujadas en los acordes de una orquesta. La Montera, tan augusta en su negro vestir, tan purificada y sudorosa con los hilos de la noche entera. Tan secreta como el pañuelo blanco guardando pétalos de una margarita deshojada u olvidando besos de una rosa en el nacimiento del alba. La montera de Goya, el artista perdido en las luces de un salón de los pintores, la montera de Gitanillo de Triana en la tarde de Linares, viendo caer de roja sangre el encanto de Manolete. La misma montera de las aventuras gitanas en la fiesta del santo de los poetas, la misma montera del caballero de la capa roja en el torneo de la fiesta, cuando aún Pepeíllo vestía de clamores su caballo y de aromas las mujeres cantaban el olvido del torero muerto.

Por esto, en el viejo salón, donde los colores permitieron adivinar la solemnidad de la poesía taurina, entre vinos y cantes hondos, violines de conciertos y flores de mozuelas perfumadas con aceites y olivares; allí estaba la vieja montera del torero. En su sublime aura persistía la grandeza de mil aplausos y en aquel silencio de negro azabache revistiendo los colores y presencias de los trajes de luces, espada, capote y muleta, cantar de cantares en lo más secreto de aquella ceremonia en las arenas de un ruedo con sudor y lágrimas. Amor eterno y rosas blancas para que Dios se devolviese en las estampas de un sueño.

Por siempre la Montera de los Toreros.

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