En el Nuevo Circo sentimos el embrujo de su capote. Foto "El Tato"
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85 años marcaron el final terrenal del gitano, misterioso y complejo matador de toros jerezano Rafael de Paula. Torero único en todo, en gestos y gestas, en brindis en la plaza y en reuniones de taurinos.
Sus lances a la verónica fueron indescriptibles en majeza, señorio y empaque, también lo fué su personalidad dentro y fuera del ruedo. Esa fué la razón por la que a lo largo de su carrera de muchos altibajos, no decayó nunca en el interés de los aficionados.
Ocurrente, cruel a veces, torero siempre.
La insoportable levedad del ser o también la insoportable brevedad del apoderamiento le dieron la razón para ser recordado también por efímeros apoderamientos. Uno fué con el cojo Manolo Morilla que batió la marca de brevedad que detentaba Simón Casas, quien le apoderó lidiando seis toros como único espada. Morilla le apoderó en una tarde de dos toros, ningún torero ha podido mejorar ese récord Paulista.
Su forma pura de ejecutar el toreo era el espejo de muchos que querían torear como él sin poder lograrlo. De "Morante de la Puebla" fué su apoderado en una unión de muchas circunstancias pero que el de La Puebla recuerda siempre por su capacidad de transmitir arte con sensibilidad única aunque poco sabía de números. 
Su última corrida en nuestro país fué en Valencia en octubre de 1979 con Manolo Martínez y Bernardo Valencia, esa tarde fué su mozo de espadas el caraqueño Romer González.
Logramos verlo en el Nuevo Circo en un festival y su toreo a la verónica nos marcó por su fluida naturalidad, temple, suavidad y duende. Esa magia logramos captarla con nuestra seiko de rollo. 
Este 2 de noviembre, fecha de recogimiento y espiritualidad por los caídos, se nos va ese Rafael de Paula de la grandeza sublime del toreo.
Paula dice adiós dentro de su obra torera, pero su obra nunca nos dirá adiós.
Clase y señorío en media de expresiva belleza. 
En sus años de expectativa en Las Ventas.
Recientemente lo visitó en Jerez el rejoneador José Luis Rodríguez
Morante compartió y bebió de esa fuente genial
Paseíllo en Caracas; a su derecha el subalterno Carlos Marvéz

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