Sábado 18 de Mayo en San Cristóbal


Bono de colaboración desde 10 $ en: Asogata, 
Escuela Taurina César Faraco: Plaza Monumental, Pueblo Nuevo  
Restaurante Miura: Calle 18 con carr. 20, San Cristóbal 
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29/11/19

Cantinflas

Cantinflas triunfa como ganadero con éxito de Eloy Cavazos. Foto:

** Publicado en el libro REPORTERO TAURINO de Víctor José López El Vito

por: Victor José López EL VITO

Eran los días de destapar al "tapado". El PRI, (Partido Revolucionario Institucionalista), con las riendas del poder absoluto desde la culminación del conflicto armado de la Revolución Mexicana, anunció, de manera oficial, quién sería su candidato para el próximo sexenio, es decir destapó el oculto nombre de quién iba a ser el próximo Presidente de los Estados Unidos Mexicanos: Luis Echeverría, que sustituiría al licenciado Gustavo Díaz Ordaz, del 1 de diciembre de 1964 al 30 de noviembre de 1970.

El presidente Díaz Ordaz estuvo en la funeraria Gayoso durante las exequias de Antonio Velásquez para darle el pésame a la familia. "El Muelón" o "El Dientón" irrespetuosamente le distinguía la chanza popular, riquísima en la Ciudad de México. El abogado poblano perdido embargó su popularidad a raíz de los sangrientos sucesos de Tlatelolco en 1968. Fue la terrible noche cuando las Fuerzas Armadas de México reprimieron las protestas estudiantiles, matando a universitarios y trabajadores que manifestaban en la Plaza de las Tres Culturas. Además, el presidente vivía un ruidoso affaire con Irma Serrano "La tigresa" una vedette cuyas fotos en cueros en sus años de juventud fueron el recurso de las últimas páginas de los tabloides como Esto, Ovaciones o La Afición. Aparecía Irma pintarrajeada, con exuberantes pestañas postizas, descotes descomunales, cirugías estéticas que le daban perfil de momia a sus facciones. La tigresa era noticia cotidiana en los diarios más escandalosos. Mujer de actitud agresiva y provocativa, decía cosas en sus frecuentes declaraciones con mucho desenfado que caían muy mal a los más conservadores.
Irma Serrano hacía una contrastante contrafigura con Gustavo Díaz Ordaz, pues la imagen del presidente era de chupatintas, hombre poco agraciado y de mucha boca para desplegar su horrible dentadura. Claro que sí, fue muy notoria y ruidosa la llegada del Presidente Díaz Ordaz a la Funeraria Eusebio Gayoso; pero el barullo a su alrededor, con todo y el culto a la personalidad, que existe en México, no se comparó al alboroto que despertaron Manuel Benítez “El Cordobés” y el mítico Lorenzo Garza.

El maestro de Monterrey fue a la Gayoso rigurosamente vestido de negro, camisa blanca, muy almidonada, cerrado el cuello, sin corbata. De la mano derecha, tomado con la punta de los dedos índice, medio y pulgar, un sombrero que, si no era de ala ancha, lo parecía, botas de caña baja y su garboso andar, como si se partiera plaza. Le distinguía al “Ave de las Tempestades” su blanca cabellera y un puro entre los apretados labios de una boca que no se sabía si sonreía o burlaba... Por ojos, dos ojales escrutadores, a su paso, de los rostros asombrados, admirados, que le admiraban... Andrés Blando, Luis Briones, todos estaban allí para decirle adiós a Toño Velásquez, antes que la tierra mexicana cubriera sus restos.

Reventaba el inmenso embudo de la Monumental

Conversaba con Fermín Rivera, el gran torero de San Luis Potosí, cuando llegó otro de los dioses del Olimpo mexicano, Mario Moreno Cantinflas.

Cantinflas fue abordado de inmediato. Se formó a su alrededor un círculo impenetrable. Mario Moreno, con lentes oscuros de fino carey, pelo teñido de un castaño retinto, contrastante con su estirada piel olivácea, vestía un tweed de costosa apariencia. No se sabía quién era quién a su vera, por ello solicité del amable maestro Fermín Rivera me ayudara a llegar hasta el personaje central, que había construido a su rededor un infranqueable búnker humano.

Siempre y cuando en el reportaje no se mencione a Cantinflas ¿Está usted de acuerdo? El trabajo debe ser sobre la ganadería de los hermanos Moreno Reyes, y usted debe estar a las dos de la tarde de mañana, en la finca. Mañana embarcaremos la corrida que se va a lidiar en Venezuela.
Quería decir que no estaría presente a la hora de las exequias de Velásquez, retrasadas para darle oportunidad de llegar a su hijo José Luis, que se encontraba en Venezuela cuando ocurrió la desgracia.


Cantinflas, saludado por Manolete en el ruedo

Cerca de la una de la tarde llegué a Ixtlahuaca, caserío vecino a Toluca, cercano a las tierras y bienhechurías de La Purísima. La casa es amplia y hermosa, abarrotada de azulejos en su decoración. Me acompañaron el matador de toros venezolano Carlos Málaga y Carlitos González el gran fotógrafo de toros de México. Los tres fuimos en un pequeño taxi desde la Ciudad de México, Isabel la Católica con 5 de Mayo hasta Ixtlahuaca. Cuando llegamos encontramos al hermano de Cantinflas acompañando al ganadero y representante de don Reyes Huerta Velasco, Abraham Ortega y al matador Ángel Procuna, hermano de Luis y quien fuera apoderado de varios toreros en su carrera entre quienes recordamos al regiomontano Raúl Gárcía, destsacada figura de la fiesta mexicana que indultó dos toros en la Monumental Plaza México: Comanche de Santo Domingo, temporada de 1966 y Guadalupano de Las Huertas en el 1967. Además, Procuna representaba a Manolo Chopera en México, y Abraham representaba a don Reyes Huerta Velasco. Fue él, Ortega. Quien hizo el contrato con Sebastián González, socio en Venezuela de Manolo Chopera, para llevar la corrida de Cantinflas a Valencia, a la Feria de la Naranja.

Los mencionados estaban reunidos a las afueras de la casa, en una especie de jardín de la cocina. Un sitio hermoso donde varias mujeres preparaban tortillas y guisos para cuando llegara don Mario. Aproveché para conocer la casa. Me guió Abraham Ortega con quien y al paso del tiempo haría una hermosa y grata amistad. En realidad Ortega participaba en la ganadería de Reyes Huerta más como ganadero que como hombre de negocios. El gran momento que vivió la vacada poblana, y que Venezuela disfrutó de sus muy importantes triunfos, fueron los días de Abraham Ortega. Taurino que admiré mucho porque fue muy particular. Hoy la ganadería de Reyes Huerta ha vuelto a vivir momentos importantes con sus encastados y bravos astados. La conduce el joven Pepe Huerta, hijo de don Reyes Huerta Velasco y alumno del recordado Abraham. La casa de La Purísima es de moderna amplitud. En su patio interior hay flores y detalles hermosos. En uno de sus jardines se erige un bronce gigantesco en homenaje al toro de lidia. Desde la pequeña colina sobre la que está ubicada la casa, se divisa una hermosa capilla, junto a la escuela que construyó Mario Moreno para los hijos de la peonada. Ha sido su especial interés que los hijos de sus empleados se eduquen bien. En las áreas sociales de la casa hay un amplio comedor, con una mesa de nogal larguísima, rodeada por más de cuarenta sillas. Cada una de estas sillas es diferente a la otra. Todas han sido obsequios de jefes de estado, reyes, primeros ministros y presidentes a Cantinflas. Hay donaciones del Generalísimo Francisco Franco, Franklin D. Roosevelt, del general Dwight D. Eisenhower, Harry S. Truman, del general Juan Domingo Perón y del presidente venezolano Rómulo Betancourt entre más de cuarenta mandatarios históricos. En el gran salón remata con un ventanal que incrusta el paisaje del campo ganadero. Allí reunió Mario Moreno una curiosa colección de óleos, todos del gran pintor Pancho Flores, donde están retratados en el detalle más característico de su personalidad artística todos los matadores de toros de México, por lo menos hasta aquella fecha de nuestra visita en octubre de 1969.

El personaje Cantinflas nació en La Carpa México. Una lona que como la de los circos y de los teatros de barrio donde representan sainetes y obras de menor catadura. Obras de teatro, con marcada trama popular. Es la representación de la vida del barrio, de lo cotidiano en la gran ciudad. Entender la carpa, es comprender a México. Mario Moreno, luego de trabajar en La Carpa, remataba su jornada artística en una cantina vecina. Un borracho, uno de los consecuentes a las funciones de La Carpa, se metía mucho con Mario Moreno y le gritaba... ¡en la cantina te inflas!; lo que con la trabazón de la lengua que le producía la borrachera sonaba como Cantinflas. Allí, en una cantina, nació el apodo, el nombre de cartel del más famoso de los cómicos del mundo hispano parlante.

El ganadero Mario Moreno llegó a La Purísima bastante pasadas las tres de la tarde. Acompañado por un grupo de amigos, entre quienes destacaban hermosas muchachas. Se acercó a la cocina y le ordenó a las mujeres que nos dieran de comer tortillas, frijoles y un sabroso guiso de carne con chile... Ya les atiendo, dijo, voy a echar una chingadita y ya regreso.

Volvió al rato y nos fuimos a embarcar la corrida de Moreno Reyes Hermanos. La ganadería de Cantinflas, fue para mi la primera gran lección de que para ser ganadero es más importante una gran dosis de afición, vocación y humildad, antes que carretones de dinero. Mario Moreno tuvo todo el dinero que usted pueda imaginar; y apuntalado en su poder económico pretendió hacer una ganadería de cartel. Cantinflas era una persona de gran arrogancia. Consciente de conocer los secretos de la vida, ser el que más sabía de los hombres, se creyó el rey del mundo entero y saber mucho de los toros. Formó la ganadería de los Hermanos Moreno Reyes con vacas y sementales pagados a muy elevados precios. Herró sus productos con el cabalístico número "7", y los lidiaba con divisa obispo, rosa sanmateíno y oro.

Algunos de los toros que compró Cantinflas costaron mucho dinero; pero, otros, sencillamente, fueron un timo y también pagó montones de dólares. Fueron los toros con los que engañaron al gran mimo. Hubo un caso particular, el del toro Espartaco, de la ganadería de don Reyes Huerta, lidiado en la plaza México por el maestro Joselito Huerta. Fue un toro muy bravo, que de no encontrarse con la muleta del maestro de Tetela de Ocampo pudo haber pasado inadvertido para el gran público. Huerta le lidió con poder e inteligencia; le dejó ver en su dimensión fiera, y lo sometió para demostrar la dulzura que llevaba dentro de su genio. Fue un toro completo, pero tenía un gran defecto: su genealogía. Espartaco no era un toro puro; es decir, no era legítimo Saltillo. Muy arriba en su árbol genealógico había sido cruzado. Cantinflas con su arrogancia y prepotencia no hizo caso de los consejos y pagó más de un millón de pesos (más de 80 mil dólares) por el toro. Para ese momento era el precio más caro que se había pagado por un semental en la historia. Al paso del tiempo la ganadería de los Hermanos Moreno Reyes tuvo éxitos y desengaños, como todas las ganaderías del mundo. Cantinflas continuó en la cúspide de la popularidad, como actor y personaje incrustado muy adentro de la cultura mexicana. Desde muy joven había sido buen aficionado a los toros, y fue un buen torero que supo darle un toque de gracia muy personal a sus actuaciones como torero bufo. Como bufo fue mucho más serio que muchos.

Pepe Garfias, un apreciado amigo y destacado ganadero potosino, propietario de la divisa de Santiago, me comentó que Cantinflas exigía becerros de respeto para sus actuaciones, novillos que en más de una oportunidad le propinaron fuertes revolcones. Tuvo talento natural para torear que arropaba con su gracia y simpatía arrolladora y hacía de su actuación como torero un espectáculo único, irrepetible. Los diarios de todo el mundo, los informativos radiofónicos y la televisión dieron la noticia de su muerte el 20 de abril de 1993. Víctima de un cáncer pulmonar, y según declaró su hermano Eduardo, Mario Moreno dejó la vida muy lleno de amargura, pero Cantinflas sigue vivo. El hombre de la gabardina arranca casi a diario carcajadas y enseñanzas, en sus lecciones sociales y hasta políticas, entre nuevos y viejos admiradores. Sus películas son las más taquilleras y se dio el lujo de convertir su nombre y sus derivados en adjetivos del castellano reconocidos por la Real Academia de la Lengua Española: cantinflada, cantinflear, cantinflesco.

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