Con Manolete, el muletazo se concentraba en el emocionante embroque. Foto: blog Cárdenos y Jaboneros
Columna: RETAZOS TAURINOS (XXXIV)
por: Eduardo Soto
•La venidera Feria del Sol de Mérida, ha despertado inusitado interés. La conducta de los involucrados en la organización de los festejos taurinos, al proceder con prontitud a despejar incertidumbres, ha contrastado grandemente con el comportamiento, evasivo y opaco, de que fue objeto la afición, por quienes montaron las recientes corridas de San Cristóbal. Ojalá que, al completarse la faena del último toro, el resplandor de esta Feria del Sol, ayude a disipar las sombras que se empeñan en oscurecer, el ya incierto panorama taurino nacional.
•La Comisión Taurina de Mérida, por vez primera en la historia de la Fiesta Brava en el país, hizo llegar este año a la Asociación Venezolana de Criadores de Toros de Lidia, una planilla para la Declaración Jurada que se deberá completar con datos relativos a los encierros, lo que ciertamente constituye un buen tranco en la dirección correcta. Confiamos que la AVCTL, sabrá responder a esta iniciativa, cuya finalidad es mejorar la aplicación de la vigente normativa taurina. Aún hay mucho trecho por recorrer, pero la milenaria sabiduría china nos indica, que hasta el viaje más largo comienza con el primer paso.
•La tauromaquia ha venido en constante evolución. Dejó atrás caballos despanzurrados y el toreo por pies con fines de castigo, indispensable para poder estoquear las auténticas fieras que asomaban por la puerta de toriles. Surgió entonces una lidia, cuyo objetivo no era únicamente la mera preparación de la suerte suprema. Empezó a ser fundamental su componente estético. Se desplegó el abanico de posibilidades para capa y muleta, la fiereza del toro se trocó en bravura, la embestida rectilínea comenzó a curvarse, se hizo imperativo parar, templar y mandar, el toreo se transmutó en arte y la Fiesta Brava comenzó a mostrar colorido de perpetuidad.
•A partir de Belmonte, se asigna importancia creciente a la capacidad del toro para humillar, la humillación permite buscar ritmo en la embestida y el ritmo hace posible la prolongación del muletazo. De la sucesión armónica de este accionar, surge la cadencia, que José Bergamín bautizó magistralmente como la música callada del toreo.
• André Viard, distinguido taurómaco francés, en párrafos pletóricos de enjundia, nos hace un recuento de la historia de los muletazos, que no han dejado de alargarse y profundizar, desde los trapazos del siglo XIX, hasta las verdaderas obras de arte que podemos apreciar hoy día.
Me voy a permitir ofrecerles mi resumen del interesante escrito.
Antes de Belmonte los pases duraban muy poco y se remataban por alto y de puntillas. Con Manolete, el muletazo se concentraba en el emocionante embroque y el muñecazo final se daba apenas rebasar la cadera del torero. Dominguín, empezó a instrumentar pases más largos y concatenados, ligazón que le facilitó llegar a la cumbre del toreo. Antonio Ordóñez elevó la estética del toreo a un nivel de majestuosidad desconocido y luego llegó El Cordobés, cuya tauromaquia iconoclasta se basaba en la continuidad de los muletazos, cimentada en el aguante.
A principios de los ochenta, Paco Ojeda combinó clasicismo y vanguardia. Realizaba el toreo de Ordóñez en el sitio de El Cordobés, pero ni el primero consiguió ligar tanto como Ojeda, ni el segundo pegar muletazos tan largos citando tan en corto. Posteriormente, apareció El Juli, cuya verdadera dimensión torera surge de la cadera hacia atrás, gracias a su talento para prolongar muletazos ligados más allá del límite natural.
• No en vano, Julián López fue un niño prodigio. A los 34 años, acumula 18 desde su Alternativa en el Coliseo de Nimes, cuando en La Feria de la Vendimia, el difunto Manzanares le cedió los trastos, en presencia de Ortega Cano. Esa tarde del doctorado, el toricantano salió en volandas, tras desorejar sus oponentes de Daniel Ruíz. Cómo sería de grande su segunda faena, para que el exigente público francés haya pedido insistentemente la oreja, habiendo acertado con el acero solo al tercer envite.
Eduardo Soto
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