Los toreros se han venido refinando, la vertiente artística de la Fiesta Brava adquiere cada vez mayor relevancia. Foto: Enrique Ponce torea de esmokin en 2016 - hola.com
** A fines del siglo XVIII, se llegó a tildar de malvivientes a quienes se dedicaban a la profesión de torero.
Columna: RETAZOS TAURINOS (LXII)
por: Eduardo Soto Alvarez
• Generalmente, los toreros de a pie han sido de extracción humilde, se formaban en mataderos, notorios por su ambiente violento y despiadado, no tenían instrucción, no eran nada refinados y se hicieron famosos por sus excentricidades, producto del entorno en que les había tocado desarrollarse.
Estas circunstancias provocaron una corriente de rechazo, la cual llegó a tales extremos, que a fines del siglo XVIII, se llegó a tildar de malvivientes a quienes se dedicaban a la profesión de torero.
La controversia llegó hasta México, en cuyo Senado se planteó una moción en 1833, para abolir la Fiesta Brava. Quienes favorecían su prohibición argüían que el oficio era degradante y quienes lo ejercían terminaban como criminales sin moralidad. Un senador señaló que la administración mexicana estaba plagada de delincuentes y corruptos, sin que a nadie se le hubiera ocurrido abolirla, con lo cual se dio por zanjado el asunto.
Desde esa época, la tauromaquia ha evolucionado, los toreros se han venido refinando, la vertiente artística de la Fiesta Brava adquiere cada vez mayor relevancia y existe un movimiento para que sea reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Hoy día contamos incluso con toreros como el Maestro Enrique Ponce, académico de fuste, quien hace poco acuñó una frase tan significativa como bien lograda, que vale la pena recordar: Quiero tanto a los toros, que tengo que matarlos para que sobrevivan.
• Nos señala el cronista Mariano de Cavia, Sobaquillo, quien bautizó Califa a Rafael Molina, Lagartijo, que en una tertulia taurina, se encontraba el propio diestro y el Ministro de Gobernación, connotado lagartijista. Los asistentes, por halagarlos, se deshacían en elogios sobre Rafael y lo contrario para Frascuelo, con quien mantenía legendaria rivalidad, hasta que uno de los contertulios manifestó que no había tampoco porque restarle méritos a Salvador; de inmediato Lagartijo se puso de pie, le tendió la mano y comentó en voz alta: Al parecer aquí no hay más que dos frascuelistas, usted y yo; con lo cual la tertulia cambió de rumbo y de tono.
• Salvador Sánchez, Frascuelo, el valiente y popular diestro granadino, discutía en vez con un cantante acerca de cuál de las dos profesiones era más difícil y había que vencer mayores obstáculos para triunfar; la discusión tuvo su desenlace cuando el torero le dijo al tonadillero: Tú puedes ensayar cada presentación, pero yo no.
• Hay una anécdota sobre un toro de Juan López Cordero, que al parecer sucedió en Cádiz, alrededor de 1887, pues no hay certeza sobre la fecha, ni sobre la veracidad de los hechos. Se cuenta que Tronera tomó trece varas y liquidó doce caballos, por lo que el público pidió y logró su indulto. El bravo animal, una vez curado, era devuelto a la dehesa, cuando se escapó y penetró en una humilde vivienda a la vera del camino, donde se encontraba un niño y su madre, quien se armó con un barrote de hierro y cuando el animal humilló para embestir, le asestó tremendo golpe en la nuca, que lo hizo rodar sin puntilla. La anécdota puede que no sea cierta, pero lo que está fuera de toda duda, es el indomable valor de una madre al defender un hijo.
• Cucharero de Anastasio Martín, ciertamente ha sido uno de los ejemplares más grandes jamás presentados en una plaza de toros. Sobresalía más de una cuarta sobre el lomo de sus compañeros de encierro y se rascaba la barba con el filo de las tablas sin levantar la cabeza.
Los piqueros no lograron hacerle sangre, los banderilleros no pudieron parear y el toro llegó crudo a la muleta de Lagartijo, quien había imprecado a la vaca que lo parió, desde que lo vio salir por la puerta de los sustos.
El famoso diestro cordobés, sobreponiéndose al canguelo y luego de media hora de esfuerzos y carreras, logró que doblara el torazo. Los treinta minutos permitidos, fue una concesión no solo al prestigio del torero, sino a la colosal envergadura del morlaco.
Lagartijo mandó a disecar la cabeza de Cucharero (que pesó más de cien kilos) y la tenía en su casa como recuerdo de aquella tarde de 1877, cuando sudó la gota gorda en el coso de Málaga.
• Remato estas líneas, con el recuerdo de Pamado, de Ildefonso Sánchez Tabernero, toro negro, grande y corniveleto, jugado en Madrid en 1882. El burel hizo gala de gran ligereza y agilidad, saltó la barrera 14 veces y en el ruedo corría sin parar, con las dificultades de imaginar para su lidia. El matador en turno, también el mismísimo Lagartijo, no pudo dominarlo, escuchó los tres avisos, pero, de todas maneras, antes de que salieran los cabestros, le propinó un sablazo para evitar que se le fuera vivo para los corrales, el toro más acrobático que haya conocido la Fiesta Brava.
Eduardo Soto Alvarez.
09/08/2019.
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