Podría explorarse la idea de crear una fundación para garantizar un buen trabajo en las plazas taurinas merideñas.
por: Eduardo Soto
La afición es el gusto por una manifestación artística determinada y el aficionado taurino es el que se interesa por la tauromaquia. En la Fiesta Brava el público es un elemento importante, pero su aporte en taquilla no garantiza necesariamente calidad en el ruedo; sin embargo, aunque su influencia sea también muy relativa, el aficionado, que sabe distinguir la paja del heno, debe ser guardián del espectáculo y exigir trapío en los toros, pundonor en los toreros y tino en el palco presidencial.
Esto es siempre necesario pero no suficiente para proteger el Arte de Cúchares, especialmente contra las embestidas de la politiquería, máxime en las circunstancias actuales del país.
Se trata de un asunto peliagudo, pero me viene a la memoria lo acontecido en Mérida, hace unos años, con el Manual A Los Toros, cuando una preocupación similar condujo al establecimiento de una Fundación.
El intento de arrebatón que presenciamos recientemente, hace aconsejable encontrar fórmulas para garantizar que las plazas merideñas (como sucede casualmente ahora) sean manejadas por aficionados locales, conocedores de la problemática taurina. A tal efecto, podría explorarse la idea de crear una fundación privada, que según entiendo puede recibir patrimonio de entes estatales, pero la dirección sería ejercida por particulares, en forma autónoma y de conformidad con sus estatutos.
De existir el eco adecuado, la idea pudiera concretarse y hay varios distinguidos merideños, juristas de talla y aficionados de fuste, que podrían conformar un excelente equipo para instrumentarla.
De no ser este el caso, ojalá que al menos se adquiera plena conciencia de la amenaza que se cierne sobre nuestra Fiesta Brava y de la necesidad de rescatarla pronto de tan azarosa situación, pues, como en la famosa leyenda de Damocles, la espada pende solamente de un pelo.
Eduardo Soto
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