No podemos sentarnos a esperar que sea el gobierno nacional, o algunos estadales, como parte del turismo, los nuevos empresarios feriales
por: Nelson Hernández Ramírez
Presidente fundador
La celebración del ciclo taurino de San Cristóbal 2017 dejó numerosas interrogantes sobre el futuro de la tauromaquia venezolana, por las más variadas razones. Algunos comentaristas apuntan hacia la responsabilidad del empresario y no faltan quienes, con toda intención, ocultan el papel y la injerencia legal que compete al gobierno del municipio, de manera directa y a través de la autoridad taurina. Han surgido comentarios parcializados e interesados. Por ejemplo, se oculta el consabido cálculo de la asistencia, pírrica, para destacar un desigual balance artístico en el festejo dominical.
La feria puede calificarse como no exitosa, de un modo global, con causas que tienen que ver con el manejo de las divisas en el pasado, pero que no sirven sino para ver una parte del problema, aunque ese financiamiento oficial fue importante para mantener las ferias y, por supuesto, para beneficios de unos cuantos.
Ahora ese no es el único problema o la solitaria causa de los males. Venimos arrastrando una decadencia paulatina, de años, de, al menos, dos décadas. Acaso no han contabilizado la desaparición de treinta ferias andinas que gozaban de alguna estabilidad, como por ejemplo Michelena, Lobatera, Colón, La Frìa, Capacho, Delicias, Santa Ana, El Piñal, San Antonio, Ureña, etc., del Táchira; La Azulita, Tucaní, Caño Zancudo, Bailadores (con recinto fijo), Chiguará (con recinto fijo), Ejido, Lagunillas, Jají, Canaguá, etc, del Estado Mérida; Valera, Trujillo, Escuque, de Trujillo. Eran fuente nutricia de las ferias grandes porque iban calentando el ambiente y generaban nuevos aficionados. Por supuesto, quedan aún en agenda las debilitadas ferias de Táriba, La Grita, Rubio y El Vigía, no solo inestables sino también sometidas a las presiones locales.
De otro lado, y eso lo advertimos varias veces cuando convocábamos a la unidad y a la interacción de todos los aficionados, lo que llamamos en su momento el asociacionismo taurino, se requería poner en desarrollo nuevas ideas, estrategias y planes para defender la fiesta frente a las amenazas y asumir programas de siembra de afición en el sector joven, apoyar la comunicación social y agregarle amigos en todos los sectores.
Los llamados sirvieron en mucho porque pudimos celebrar encuentros y congresos que le dieron rango a la tauromaquia como expresión cultural de una minoría social, proyectando una imagen distinta y global, más allá del redondel. Ahora, cuando asistimos a la fase final de la fiesta brava (no diría que al entierro), cosa que no me complace sino que me entristece, no han salido las voces entusiastas, sino las pesimistas y críticas, a señalar males, sin mostrar caminos.
Es necesario que los andinos dispongan de reuniones, coloquios o conversatorios para buscar ideas nuevas y posibles rutas de salvaciòn de la tauromaquia, como gran espectáculo de multitudes, porque, a decir verdad, seguirán los festejos con menor valor y baja concurrencia, decayendo cada día, mostrando nuestra pobreza y nuestra escasa razón.
Las grandes ferias vienen desapareciendo, no es cíclico pero debemos revertir estas tendencias con integración y solidaridad plenas, sin egoísmos, sin resentimientos, con amplitud, queriendo que la economía siga teniendo en nuestra costosa afición taurina uno de sus elementos importantes.
No podemos sentarnos a esperar que sea el gobierno nacional, o algunos estadales, como parte del turismo, los nuevos empresarios feriales, para regocijo de pequeños grupos y para mantener sin razón de peso una tauromaquia no sentida ni consentida, sino un pretexto derivado de motivaciones de escaso valor.
Como viejo aficionado, aquí me tienen a sus órdenes, si consideran que puedo ser útil,a los mejores y más nobles fines.
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