15/10/14

Javier Silva con el secreto que ocultan las plazas en España

Sensación de toreo bueno, acoplado artísticamente a la bravura del toro. Es Siruela, plaza donde Javier Silva forjó su toreo de clase.

por: Jesús Ramírez “El Tato”

La temporada taurina española está en los estertores; doblan capotes y muletas. Mientras algunas figuras preparan viaje a América, otros sueñan con mas oportunidades. A lo ancho de la geografía hispana quedan esos pueblos de Dios, perdidos en las montañas o tal vez levemente asomados en los mapas.

Pueblos pobres que viven para el día de la fiesta anual con el espectáculo taurino. Construcciones abandonadas, paredes desconchadas por el tiempo, pero que en días levantan un remedo de plaza de toros, incrustada en las casas, sin orden pero con afición y empeño.

Allí se realiza el festival taurino algunas veces con toreros jóvenes revelaciones o también la figura, pisa el improvisado albero, generalmente para un festejo benéfico para el socorro de desprotegidos, que los hay por montones.

Y no solo el festival de Chinchón es famoso en España; lo son en otros lugares distantes o cercanos de la capital. Y precisamente en Siruela, por predios de Badajoz, un torero venezolano, lleno de méritos y condiciones, se ha vestido de torero para lanzar su proclama de valor y arte. Su pregón de injusticia ante las cicateras empresas que disponen todo para las figuras que luego no llenan las plazas.

Y precisamente en Siruela, Javier Silva -con alternativa en Maracay y aclimatado en España, con dos actuaciones el pasado año en plazas de su país- ha dejado sentir una vez mas su calidad torera y esa luz invisible con fuerza tremenda que posee para visitar otras plazas de mayor envergadura.
En esa plaza de Siruela con aficionados inmóviles, sale el toro con trapío y está presente el aficionado exigente. Ese día de septiembre, la plaza fue un templo para el toreo a cargo de un venezolano. Sus naturales de fino trazo confundieron el paisaje verde y gris de las estribaciones de la sierra morena. Allí creció como un monumento Javier Silva, porque se pudo respirar el silencio de su fino toreo y el secreto de las ganaderías antiguas que forman sus sueños en estas plazas.

Siruela fue una ofrenda a la bravura del toro y una tapia de lajas para preservar el buen toreo de Javier Silva. Ojalá y la historia de Badajoz se cierre en otra plaza el próximo año, que el moreno diestro venezolano no descansará hasta que ocurra. La gráfica es elocuente.

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