22/10/14

El Diamante Negro toma la alternativa

La primera que da Paco Muñoz. Foto: Archivo Hnos. Dupouy Gòmez

Crónica del 30 de septiembre de 1948 en El Alcázar de Madrid. por: CORINTO Y ORO

tomado de: blog bibliografia taurina

Maximiliano Clavo, cuyo seudónimo fue “Corinto y Oro”. Escritor lírico e impresionista, de grandes conocimientos, fue crítico taurino muchos años en La Voz. Se destacó como conferenciante florido, ameno y cotizado, actividad en la que se volcó tras abandonar la redacción del periódico. Tras la Guerra Civil, en 1944 reaparece como cronista en la revista “Toreros” pero ahora firma con el seudónimo “Un abonado de ayer”. En sus últimos años colaboró con el diario madrileño El Alcázar. A su muerte dejó una amplia obra basada en ensayos taurinos.

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Cincuenta y seis horas sin quitarme la ropa para dormir. La noche del lunes 27 salí precipitadamente de Barcelona bastante aliviado del “cólico” taurómaco que nos metió en el cuerpo don Pedro Balañá en esas correosas corridas de la Merced, tres de nueve toros y una de siete, que han durado lo que un pase de pecho de “Parrita”. De Barcelona, pasando por Madrid, sin más tiempo que el preciso para dar un beso simbólico a la pared del Museo del Prado, me trasladé a Granada, la gloriosa ciudad donde Boabdil el Chico entregó las llaves a mi egregia paisana la Reina Católica. En Granada me esperaba el acontecimiento taurino de ayer, alternativa de “Diamante Negro”, torero hecho y derecho y vanguardia del escalafón novilleril de la temporada, a quien “doctoraba” el maestro Paco Muñoz, padrino por primera vez de esta protocolaria ceremonia.

El acontecimiento, con independencia de su fuerza artística, tenía otra más honda significación: recibir en su nuevo grado en una plaza española, tan ilustre como la Maestranza granadina, a un nuevo matador de toros que, nacido en tierra venezolana y apartado de nosotros en distancia, por ley de la geografía universal, tiene un íntimo sentimiento de españolismo racial en sangre, cultura e idioma. Una figura de las encaramadas en la cumbre de su grado con fraternal abrazo en el ruedo doctora al nuevo matador de toros, festoneado de suficiencia, valor y triunfos. el viejo y modesto crítico de toros, nacido en Castilla, le recibe en su crónica con justicia en la apreciación del acontecimiento, pero con toda gentileza, certificando en ella el cariño de un alma española a la nación hija de la Patria común. Aspiro en cambio de ello, a que estos recuerdos se pongan con amor en el equipaje de Luis Sánchez, nacido en el Continente donde Colón pronunció, un día feliz para España, aquella palabra que por los mares le venía arañando el corazón. “¡Tierra!”

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Diamante Negro tiene en España un cartel muy fuerte, pero en Granada, particularmente, su nombre está sujeto al círculo taurino con herraje de oro. Los billetes para la corrida se agotaron completamente. Día de júbilo en la ciudad del Generalife; un trío de golosina, y la vacada más pura en sangre brava: Saltillo.

La ovación con la que se recibe a las cuadrillas es impresionante.

Ha salido al ruedo el primer saltillo de la tarde. “Estornino” de nombre, número 13 en el exterior del costillar; dentro de él, una mansedumbre aplanadora. Diamante Negro, tirando de él, puede cuajar en dos tiempos siete verónicas ceñidísimas, que arrancan una ovación grande, repetida al dar en el primer quite tres chicuelinas magníficas.

Luis, de blanco y oro, brinda su primera faena a toda la plaza y persigue al boyancón en el tercio, en los medios y en las tablas para atajar su constante fuga; exponiendo cuanto hay que exponer cuaja una primera parte de la faena en redondo sobre la derecha y una serie de naturales y manoletinas ovacionadas por la multitud y adornadas por la música, y el toro muere manso como vino al mundo. Ovación final, la oreja y vuelta al ruedo.

En el que cierra plaza, huído, busca el callejón a todo trance. Diamante Negro lo envuelve en los vuelos del capote tapándole la escapada. Los lances tienen un admirable complemento de arte y garbo, y el final de una merecidísima ovación. Interesante tercio de quites registramos en el final del primer acto. El padrino, ardorosamente, arranca una máxima ovación en una caída de gran peligro. El nuevo “doctor” brinda a la Peña Granadina de su nombre y realiza una faena ceñidísima y dominadora por bajo, atando al bicho a los vuelos de la muleta. Rompe a tocar la música, porque rompió antes el público en una ovación cerrada. Confiadísimo el torero de arriba abajo, Diamante Negro alborota a su Club y todo el graderío en su magnífica labor de pases altos, naturales, derechazos apretadísimos, molinetes, afarolados y otros adornos. Finalmente, otra estocada grande ligeramente delantera, da entrada en el escalafón de los toreros de precio a un torero y a un matador de toros, sin un lote de toros buenos, se le despide con una última ovación.

CORINTO Y ORO, Granada, 30 de septiembre de 1948

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