31/3/09

Los Ramírez, Picazo y El Capea triunfadores en Maracay

Gabriel Picazo, como buen artista, dibujó en el ruedo las pinceladas de un toreo puro, lento y largo. Foto: Gladys Castillo.


Informa: José Luis Jiménez
Fotos: Gladys Castillo



Para felicidad de todos, una feria tradicional, como la de San José, ha sido el broche de oro para una disculpa y explicación; porque al fin la feria volvió a remontarse, a cobrar altura, después de tantas voces agoreras que vaticinaban un rotundo fracaso.

Disculpa por creer en una pretendida fuerza de los enemigos de la fiesta para borrar el espectáculo taurino de la programación ferial, y explicación porque el respaldo unánime de los aficionados hizo aflorar el refrán de que “una feria sin toros es como un jardín sin rosas”.

Remontar la empinada cuesta necesitó de tres elementos: toros, toreros y público. La ganadería “Los Ramírez”, con un encierro irreprochable que entornó la corrida casi rayando en la perfección. Los toreros, por su buena disposición para hacer olvidar que los carteles dejan de ser modestísimos cuando la técnica y el valor superan los obstáculos, y el público, por respaldar con su masiva presencia el evento y dejar constancia que Maracay lleva impresa como la sombra al cuerpo la actividad taurina que hace posible que los aficionados consuman tantas distancias para venir desde los cuatro puntos cardinales al “Vaticano del toreo”, como bien señala el conserje de la Maestranza, el señor Elpidio Fuentes.

Repasada esta introducción, justo es que empecemos por juzgar un gran aliciente como ha sido Pedro Bastidas, recién estrenado alcalde del municipio Girardot, quien sorprendió a propios y extraños haciéndose presente en el palco con su familia y su tren ejecutivo para centrar la atención de cuantos decían que nunca respaldaría esta cultura de diversión.

En cuanto al tema taurino, debo destacar la actuación de los matadores: Erick Cortez, Pedro Gutiérrez “El Capea” y Gabriel Picazo. Sustentados por los toros de Los Ramírez han logrado una armonía con la arquitectura de la plaza. Y es que sin exageración, la tarde dominical nos hizo remontar a tantas glorias que encierra el coso calicantino.

Erick Cortez cumplió con dignidad en el desempeño con capa y banderillas, pero con la muleta hubo de sortear elementos para meditar. Primero, porque le correspondió el lote que necesita muchas razones para salir conquistando las orejas. Razones de aguante, temple y ligazón, que a la justicia del comentario las tuvo, resultando adverso el límite de tiempo que hace aparecer el sopor entre los aficionados. Y no por culpa del torero, sino porque las circunstancias ameritan que un profesional como Erick tenga que hacer labor de enfermero y en esa labor el tiempo apremia.

Cumplió en su primero y dejó un atisbo de esperanza con el cuarto (sobrero sustituto del segundo de su lote que se lesionó apenas salir del toril) donde no se le regateó la ovación en el segundo tercio y labor postrera, pero había que ir a más y eso pudo lograrse en el toro que regaló en séptimo lugar, donde cambió el decorado y rasguñó la sensibilidad de los aficionados para la conexión inmediata. Su faena muleteril con ambas manos y el buen manejo del estoque le hizo conquistar una oreja para el largo y aclamado paseo por el redondel en medio de la aceptación general.

Por su parte, Pedro Gutiérrez “El Capea” vino a pelearle las palmas a sus alternantes y a ratificar su pasantía por la feria del Sol en Mérida. Hubo gusto, decisión y coraje en todo cuanto hizo. Fácil, sobrado de conocimientos, “El Capea” supo recoger a sus toros y romper un poco el poder inicial.

Realizó dos faenas profundas, en las que empleó la diestra con preferencia porque con la mano izquierda la brisa le dejaba al descubierto, para terminar con acierto a la hora de esgrimir el estoque consiguiendo una oreja en cada enemigo y la salida a hombros.

Gabriel Picazo, como buen artista, dibujó en el ruedo las pinceladas de un toreo puro, lento y largo. Ambas faenas, con las características de dominadora, artística, valiente y con el tono elevado cada vez que movía la muleta, fueron suficientes para los constantes aplausos, que también obligaron a la música. Picazo se entregó con genio a la hora de volcarse al morrillo, conectándose con un público que no le ha sido esquivo desde que debutó en esta plaza hace dos años. Dos orejas en el primero y una en el sexto han sido el aliciente por su inteligencia y valor.

Además de adjudicarse la totalidad de los premios en disputa que fueron entregados por la Alcaldía de Girardot, la peña femenina Las Cuarenta, la Asociación de Comunicadores Taurinos de Venezuela (ACOTAVE) y la revista Tribuna Taurina. Como es de suponer, la salida a hombros de Picazo, El Capea y el ganadero Ricardo Ramírez fue el punto final a tan memorable espectáculo que tuvo como escenario a la Maestranza de Maracay por el extraordinario resultado artístico y crematístico, con una asistencia calculada en más de cinco mil personas que echó por tierra los comentarios adversos y dejó con los “crespos hechos” a la secta satánica que se instaló en los alrededores de la plaza para manifestar en contra del espectáculo. De manera que ha quedado

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