Atreverse en Venezuela Foto: blog elvitoalostoros
Jamás se habría enterado el Conde de Vistahermosa y mucho menos don Juan José Vázquez que lejos, en la distancia de los siglos y la que provoca un océano, en una barra de Sabana Grande se libró una amistosa discusión sobre orígenes de encastes ganaderos que tuvo por respuesta el afecto, la amistad y mi admiración por el doctor Alberto Ramírez Avendaño. El ganadero de Los Aránguez, la ganadería de Carora que por aquellos días que el sol de la esperanza y de la ilusión iluminaba el amanecer de la fiesta de los toros en Venezuela fue la consecuencia de un artículo en La Pica. Un magazine taurino que dirigió y produjo el histórico motilón de la fotografía Ramón Medina Villasmil, el gordo “Villa”. La revista circulaba en Caracas en 1968, días de las muy activas peñas taurinas, espacios de radio y de televisión y columnas y crónicas en los diarios de circulación nacional en Venezuela. El doctor Alberto Ramírez, rechazaba la afirmación de la presencia de sangre vazqueña en el origen de Guayabita. Nos citó para discutir, aclarar y, por su parte, explicarnos por qué aquello más que un hecho imposible era un exabrupto...
Así fueron el cómo y el porqué de cuando conocí al doctor Alberto Ramírez Avendaño. Ganadero de Los Aránguez, profesor en la Facultad de Medicina Veterinaria, siempre, en la Universidad Central de Venezuela en el Campus de El Limón, en su entrañable estado Aragua. Aficionado a los toros desde antes, apoyado en sus orígenes tachirenses y orgulloso de su cuna aragüeña por el lar de Maracay que a mediados del decenio de los años treinta se vaciaba a raíz de la muerte del General Juan Vicente Gómez, presidente de la República.
Aquella ciudad vacía provocó la Venezuela desolada, cuando era frecuente escuchar aquello de “vámonos pa´Maracay que no queda nadie”… por exagerar la fantasmagórica soledad que se abrazaba a las paredes y calles de una ciudad abandonada. Alberto, como ocurrió con la mayoría de los muchachos, los jóvenes y emprendedores en Maracay, hizo suyo el afecto de sus compañeros de escuela, compañeros de aventura cuando escondidos en el matadero toreaban los novillos procedentes de las sabanas de Carabobo y de Cojedes, de salón en la plaza del Calicanto, o aquellos que en las sabanas vecinas al hipódromo, tocados en el estímulo por la varita del triunfo soñaban ilusionados con llegar a vestir el uniforme del equipo de Venezuela, convertido en orgullo cívico en una ciudad de cuarteles porque fue la pelota y fueron los peloteros la primera y la más importante de las conquistas no militares en la historia de Venezuela. Fue cuando nuestro beisbol conquistó en La Habana el Campeonato Mundial, derrotando El Chino Canónico a Sandalio Consuegra en el Estadio del Cerro de La Habana. Vencer al imbatible equipo cubano, fue tan grande como la batalla más heroica que narraban los libros de la historia primaria. Fueron los triunfadores, aquellos generales sin charreteras, como los bautizó el historiador Javier González en una ciudad de cuarteles y barracas refiriéndose a que las gestas cívicas que hasta aquel momento podían contarse como individualidades con los dedos de una mano.
Hasta que llegó Manolete a Maracay, porque los niños de Aragua, como Alberto Ramírez Avendaño y César Girón, transformaron sus sueños en lances y pases y grandes faenas en el escenario del Calicanto. Hubo quien tomara el camino a la Universidad, como Alberto; otros, como César Girón, cruzarían el Atlántico y con atrevimiento meterían en el Mediterráneo la insolente cuña del Caribe para convertirse en figura del toreo.
Por gente como ellos Venezuela ocupó, por razones de triunfos, lugares destacados en el concierto de las naciones porque si Girón abrió caminos Alberto Ramírez creó senderos con valores universales en la Universidad de Venezuela. Los triunfos de Alberto Ramírez se cuentan por centenares. Cada uno con el nombre de los profesionales que formó, convertidos los clavos de sabiduría, técnica y principios éticos para armar el maderamen de la barca de la ciencia enfrentar la anarquía social congénita en el venezolano.
El doctor Ramírez Avendaño lo ha logrado y lo hizo con acierto. Dio la cara ante el reto del desarrollo ganadero e industrial de la leche, jugando un papel protagónico como son los ejemplos de sus alumnos que por años han propagado el triunfo ante la insalubridad y el hambre en la nación. Además de los libros y de los tubos de ensayo, vernieres y microscopios el hacer caminos donde no los hubo armó al país con la instalación del primer matadero y el primer frigorífico industrial de Venezuela en Maracay y sentó las bases, el estímulo en las aulas de El Limón para establecer el Lactucario de Maracay. Antes, el estudiante Alberto Ramírez como preparador en los años superiores de la carrera, encontró en Carora empatía por todo aquello que más tarde significaría su vida al establecer principios, aficiones y la vocación de servicio con el muy importante sentido de la amistad, con los hermanos Riera Zubillaga. Son ellos Alejandro, Abelardo, Raúl, Ramón, los hijos de Raúl, Jesús y Oscar e Idelfonso. Con ellos sembró con la semilla del ejemplo de la Ganadería de Lidia moderna en Venezuela. Don Florencio Gómez Núñez y su hermano Juan Vicente Gómez Núñez le dieron a Venezuela una ganadería de lidia de lujo, cuando importaron vacas y toros de Pallarés del Sor para fundar en suelo aragüeño Guayabita. Los hermanos Gómez tuvieron una desmedida afición por los toros, y gracias a ellos Venezuela dio un salto importante en la América de los toros.
Esta empresa no ha sido entendida por atrevida, comparada para poder entenderla con lo realizado por los hermanos Antonio y Julián Llaguno de San Mateo y Torrecilla, como en Piedras Negras José María, Romárico, Lubín, Wiliulfo, Raúl, Marco Antonio y Patricio, todos ellos de apellido González representan el esfuerzo de siete generaciones de toreros y Francisco y José Madrazo en La Punta, en México. Tampoco comprendida por haber sido confundida en los avatares de la política. La deuda con los hermanos Gómez Núñez no ha sido cancelada, tampoco su ejemplo comprendido, insistimos. Alberto Ramírez Avendaño inyectó al infatigable espíritu de lucha de la familia Riera el ángel y los duendes que significa la cría del toro de lidia en competencia con el trópico, en el microclima de Carora e ignorando soluciones ante problemas inéditos en Venezuela y en la América del Sur, atreviéndose con valentía enfrentarlos, leyendo en el libro de la experiencia ganadera de los caroreños que ya llevan dos generaciones comprometidas en la cría del toro bravo y bajo los protocolos de Ramírez Avendaño y las experiencias del ganado tipo Carora preparan el terreno para darle la bienvenida a la tercera y cuarta generaciones.
Como si el aporte al “inventar” una ganadería de lidia fuera poco, si ha sido insuficiente el haberse erigido defensor del encaste Santa Coloma izando una bandera que encontró arriada. Se atrevió Alberto Ramírez cuando todos los demás emprendían un camino señalado por la facilidad que representa el de la aceptación de engañosas virtudes que conducen al éxito, como ejemplo y lección permanente a una nación flaca en propósitos.
La idea de la publicación de este libro fue la de reunir los hechos por él explicado en estos artículos que lucen sueltos e independientes, cuando en realidad están atados con nudos muy fuertes de convicción y entendimiento. Se trata de eslabones de una cadena, atados y unido por una gran afición al toro de lidia con anillos de amor y de vocación por Venezuela, a través de nuestra fiesta de los toros que, parafraseando a don Manuel Machado, podemos atribuirnos que la de los toros es nuestra fiesta más nacional.
Un camino que Alberto Ramírez Avendaño ha cruzado con el soporte y apoyo de Ana Isabel Yánez, su esposa y de sus hijos José Antonio, Ana María, Juan Alberto y Jesús Alejandro quienes, con mucho orgullo, estimularon al infatigable luchador por escalar las cotas que creyeron serían imposibles de conquistar… Para nosotros, ha sido suficiente aquella discusión sobre el Conde de Vistahermosa y su línea inquebrantable o los muchos caminos encontrados de don Juan José Vázquez.
Presentación por
VÍCTOR JOSÉ LÓPEZ
EL VITO
Editor
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