9/4/16

Poner banderillas con la boca

Juan Martín “Platerito de Cádiz” Foto: blog taurinolvidable

Columna Retazos Taurinos

por: Eduardo Soto

• La suerte de poner banderillas con la boca la solía ejecutar Juan Martín “Platerito de Cádiz”, quien llevaba muchos años luchando sin obtener oportunidades de torear, hasta que un veterano subalterno le sugirió hacer algo distinto que le abriera puertas y carteles. Entonces comenzó a practicar la suerte, con muchos incidentes al principio pero que llegó a dominar y le ganó cierta fama. El par, según lo relata el propio diestro, se ejecutaba al hilo de las tablas y al llegar el toro a jurisdicción le hacía un quiebro, clavaba y apoyaba las manos sobre el animal para poder hacer fuerza y salir de la suerte. Platerito se llevó muchas volteretas y no le quedó diente sano, a pesar de que usaba un artilugio de madera recubierto de goma. El diestro, que actuaba hace treinta años, llegó a poner banderillas con la boca a un miura. La suerte parece que la inventó un mexicano, aunque recuerdo que en Tovar, a principios de los cincuenta, la practicaba El Mudito (personaje del folklore taurino local) quien esperaba al novillo sentado en una silla, clavaba encunado y salía siempre derribado por el testuz del animal.



Joaquín Rodríguez “Costillares”

•Joaquín Rodríguez “Costillares”, nació en el sevillano barrio de San Bernardo y desarrolló su fecunda actividad taurina en la segunda mitad del siglo XVIII. Desde muchacho trabajó en el matadero y de allí viene su apodo, pues tenía que cargar costillares. Los mataderos cumplían en ese entonces las funciones que luego desempeñarían las tientas, capeas y escuelas taurinas. En ese entorno y con sus condiciones atléticas, no es de extrañar que se dedicara al toreo desde temprana edad.

Su natural conocimiento de los toros y su carácter reivindicativo ayudaron a impartir nuevo rumbo a la fiesta brava. Joaquín estipuló la existencia de cuadrillas organizadas, pues hasta ese entonces no estaban constituidas como tales y era el empresario quien, a su antojo, contrataba picadores y banderilleros. Puso de moda una indumentaria que dio paso al actual traje de luces, al cambiar el coleto (vestimenta sin mangas que cubría el torso, abierta por delante y confeccionada en piel) por una vistosa chaquetilla bordada y el calzón por la taleguilla. Estableció el traje recamado en oro para matadores y en plata para subalternos. Perfeccionó la verónica, que todavía hoy, cuando han transcurrido más de doscientos años, sigue siendo la base del toreo de capa y, además, inventó el volapié, suerte que permitía entrar a matar los toros que no se arrancaban para ser recibidos. Esta modalidad, terminó por convertirse en la forma más habitual de ejecutar la suerte suprema. Costillares, innovador y pionero del toreo moderno, murió en Madrid en Enero de 1800.


Figuras del Arte en la tauromaquia

•Hay destacadas figuras del arte, que son conocidas también por su afición a la Fiesta Brava. Goya llegó a acompañar cuadrillas de toreros por los pueblos; Ignacio Zuloaga toreó en capeas con el mote de El Pintor; Salvador Dalí señalaba que podía morirse por sobredosis de gusto y de susto viendo una corrida y Picasso decía que más que otra cosa le hubiera gustado ser picador.

Antonio Machado afirmaba que antes que poeta, su deseo primero, hubiera sido ser buen banderillero; Rafael Alberti desfiló como subalterno en la cuadrilla de Ignacio Sánchez Mejía en la plaza de Pontevedra; Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura 1989, fue aprendiz de torero; Agustín Lara opinaba que la Fiesta Brava es un homenaje a la inteligencia, valor y arte del hombre; y Mario Moreno, Cantinflas, además de genial actor de cine, fue torero y propietario de una ganadería de reses bravas.

No deja de ser interesante constatar que Jacques Costeau, el oceanógrafo francés, investigador, estudioso del medio marino, su más célebre divulgador y reconocido defensor de su ecología, también era buen aficionado. Costeau, quien falleció en 1997, señaló que la Fiesta Brava desaparecerá solo cuando el hombre haya superado la muerte y no exista lo imprevisible, entonces el Dios Mitológico encarnado en el toro de lidia, derramará vanamente su sangre en la alcantarilla de un lúgubre matadero de reses. ¿Con expresiones de este calibre, quién se atrevería a dudar que la afición francesa sea una de las más entendidas del mundo?

Eduardo Soto

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