Honrar honra. Augusto Rodríguez Aranguren es un símbolo de la taurinidad, del periodismo, de la crónica municipal y del buen andar como ciudadano. Foto: blog trajescapotesymuletas.
Por Nilson Guerra Zambrano, miembro de la Academia de Historia del Táchira
Muy joven, el ejidense Augusto Rodríguez Aranguren arribó a Tovar para desempeñarse en el Registro Subalterno como secretario. Nacido en 1911, al llegar al Valle del Mocotíes, años treinta, ya tenía experiencia como incipiente periodista y editor, lo cual le abrió simpatías tovareñas porque en aquella ciudad había, entonces, tres semanarios, impresos en tipografías distintas.
Cada semana, era acontecimiento la aparición de los periódicos, cuyo tiraje global superaba los mil ejemplares, en momentos en que la población urbana no llegaba a cinco mil personas. Esto revela que Tovar era la ciudad más importante del país, si tomamos en cuenta el consumo de prensa per cápita.
Augusto Rodríguez Aranguren se hace amigo del también jovencísimo Julio Enrique Mora. Juntos hacen “El Infantil” y “Juventud”, en tiempos distintos. A la par, su servicio público es reconocido por eficaz, en medio de buena simpatía. Y en paralelo, su breve experiencia taurina, en su natal predio cañaveralero, se acrecienta por lo continuo de los festejos taurinos en el Circo Olimpia, de don Tomás Sardi, y en La Plazuela, el cuadrilátero ferial de los tovareños.
El círculo amistoso se amplía por la diaria cercanía con Luis Alipio Burguera, Gonzalo González, Carlos Armas, José Juan Uzcátegui, José Juan Rivas Collazo, Florentino Estrada “Sastrecito”, el afamado rubiense Luis Galaviz Sosa, el admirado torero peruano Vicente Villanueva y con el prestigioso caballero Don Jaime Musche, cónsul honorario de Estados Unidos de América.
Augusto es atrapado formalmente por el cotarro taurino tovareño y se sumerge en él, a tal punto que conforma la junta ferial y se inmiscuye en los clubes sociales, que son escenario de tertulias y jornadas de trabajo del ciclo taurino de Nuestra Señora de Regla, y donde llegan constantemente toreros extranjeros para anunciar sus presentaciones en el anfiteatro Olimpia, donde por igual hay cine, teatro, conciertos, veladas poéticas y corridas.
Los aficionados tovareños son de tanto entusiasmo que se convierten en toreros de ocasión. Por eso van a La Playa y Zea a fomentar el taurinismo, con festejos menores, y con ellos va Augusto. De allí surge una mayor pasión y una inclinación para la crónica taurina, la empresa y la publicidad, lo que redundará en difusión de la cultura taurómaca en Ejido y Mérida.
Ya casado, desde 1938, con hogar en su natal Ejido, allí asume la crónica municipal, abre un servicio de corresponsalía en El Vigilante y con innovadora publicidad asume temporadas taurinas en su propio circo, en los años cincuenta, que lo convierten en una referencia nacional, dado el hecho de que las combinaciones (carteles) reúnen lo mejor de la fiesta brava nacional.
En 1954 inaugura carteles con los hermanos Rafael y Currito Girón, lo que permite la presencia de los grandes taurinos Carlos Girón, padre de los imberbes toreros, y de César Perdomo Girón, el mecenas de la dinastía y hermano, por la confianza, cercanía y afecto, del Gran César Girón.
Los muy conocidos César Faraco, torero de alternativa en España, junto a los novilleros punteros Carlos Saldaña, Rafael Báez, Marcos Contreras, Luis Rísquez, Rafael Rodríguez, Antonio Márquez, Luis Rangel y el siempre recordado Moisés Ugas, integran las combinaciones de aquel año, de gloria taurina. Ugas es el triunfador al indultar un toro del campo barinés. Los méritos no son solo del empresario y triunfador, sino también de una figura ya desaparecida, pero que era muy reconocida cuando se daban los triunfos, y protestada cuando no: los probadores de los toros o seleccionadores. Destacaron, entonces, Rafael Trejo y Genarino García, hombres de confianza de Augusto.
Tovar recibe a los triunfadores en su septiembre ferial. Ugas se vuelve a alzar con sonoro triunfo, pero Antonio Márquez gana la oreja de oro de la joyería de Don Cosme Omaña, orfebre local que andaba al lado de Augusto.
Las notas y crónicas de El Vigilante llevan el sello de Augusto Rodríguez Aranguren, con la particularidad de que no solo su oficio es de revistero, sino que como empresario es autor de una gran obra: preservar y expandir el taurinismo merideño, lo que me lleva a calificarlo como egregio promotor taurino.
Honrar honra. Augusto Rodríguez Aranguren es un símbolo de la taurinidad, del periodismo, de la crónica municipal y del buen andar como ciudadano y padre de familia, y del emprendimiento social. (26.02.2020)
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