Los muletazos surgían suaves, despacio como es el toreo, con el diestro relajado en la composición, estético y profundo, Foto: Comana
por: Víctor Ramírez “Vitico”
Enrique Ponce, matador de toros, figura del toreo por la gracias de Dios, un privilegiado que mece los engaños con una sutil técnica tapada por unas finas y exquisitas maneras, no podía irse de vacío en la última corrida de la feria de San Sebastián. Lo de menos son las dos orejas, dos más para engrosar una estadística asombrosa, lo importante fue que Ponce nos volvió a enseñar que es torear.
Abrió plaza un toro muy chico aunque ofensivo por delante de Rancho Grande, débil y flojo que fue devuelto. Ponce corrió turno y salió el que estaba destinado en cuarto lugar, un toro, manso e imposible, tanto así que el diestro no pudo darle literalmente un solo pase, pero ni uno. Y si Ponce no pudo, no lo hace ni el que lo inventó.
El cuarto, de El Capiro, “Difamado”, noble y con movilidad, pero sin más. Un toro regular, al que Ponce lanceó con suavidad y le toreó con técnica, temple, mando y belleza. El maestro, comenzó por alto, sin estridencias, llevando al toro cosido en la muleta. El valenciano empezó la lección. Perfecta colocación, pecho por delante, las alturas del engaño exactas, ni muy arriba ni muy abajo, temple para llevarlo largo y sin enganchones. Los muletazos surgían suaves, despacio como es el toreo, con el diestro relajado en la composición, estético y profundo, porque Ponce sabía cuándo apretar y cuando aliviar, cuando enganchar y cuando expulsar, como en un cambio de mano primoroso. Faena de altos vuelos, rematada de espadazo. Las dos orejas eran indiscutibles.
Valeroso, entregado y con un gran valor, César Valencia buscó el triunfo de forma legítima y honrada. A portagayola se fue con su primero en un farol de rodillas trepidante. Otro farol en el tercio precedió a un valeroso tercio de banderillas, clavando con mucha exposición y riesgo, destacando en un par al quiebro sentado en la silla, que hizo evocar a ese coloso que fue su tío Bernardo. Con la casta de su dinastía, el joven Valencia le plantó cara al complicado toro, le arrancó muletazos con ambas manos, ceñidos, meritorios. La espada restó méritos. Con el quinto, volvió a estar animoso, con valor, entrega y alegría. El toro, complicado y difícil, puso a prueba al torero, que le toreó bien, con algunos pases conseguidos, llenos de torería. Tras un desarme, se arrimó como el que más, coronando su labor de estocada. Incomprensiblemente el palco presidencial no le otorgó la oreja pedida con clamor.
Andrés Roca Rey, que asustó a todos el día anterior con un valor demoledor, no tuvo opción con su primero, chico y protestado por flojo. Eso sí, el peruano anduvo con él con una facilidad pasmosa, esa que da el valor frio, que este torero tiene por toneladas. Ante el sexto, un castaño serio y complicado, Roca Rey demostró que está dispuesto a encaramarse en la cima del toreo, cueste lo que cueste. Lances a pies juntos suaves y cadenciosos fueron el prólogo a un quite asfixiante por caleserinas. Sin clase y pegando tornillazos, el toro se movió por allí pero Roca Rey le toreó con garbo, logrando muletazos largos y cuando no podía ligar se lo cambiaba por la espalda con serenidad pasmosa. Sin duda este torero americano esta llamado a ser de los grandes, si sigue así, se sentará en la mesa de los grandes banquetes. Una nueva oreja, para puntuar un día más.
Ficha de la Corrida
Plaza de toros de San Cristóbal
Domingo 31 de enero.
Quinta y última corrida de la feria.
Poco más de media entrada en tarde fresca.
Toros de Rancho Grande ( primero bis y tercero) El Prado ( segundo y quinto) El Capiro (cuarto) y La Consolación (sexto). Desiguales de presentación, mansos y complicados. Descastados. Noble el cuarto.
Pesos: 470, 442, 455, 460, 440 y 460 kilos.
Enrique Ponce, de azul pavo y oro: Palmas y dos orejas.
César Valencia, de nazareno y oro: Silencio y Vuelta tras petición.
Andrés Roca Rey, de rosa palo y oro: Silencio y Oreja.
En las cuadrillas destacaron en banderillas Salvador Moreno, José Antequera y Eduardo Graterol. Enrique Ponce salió a hombros.
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