29/12/25

Campolargo: Un hierro venezolano con historia y bravura

La genealogía de sus sementales es un mapa de bravura y memoria. Portugal, España y Colombia se entrelazan en la sangre de sus reses. 

por: Carlos Alexis Rivera CNP 10746

En las sabanas de Yaracuy, donde el verde se extiende como un océano detenido y los cedros se alzan como guardianes de la memoria, late aún la bravura de una ganadería que ha marcado el pulso de la tauromaquia venezolana: Campolargo. Allí, entre potreros sembrados de brachiaría y lagunas que espejean el cielo, se forjó un proyecto que trascendió lo pecuario para convertirse en símbolo de resistencia cultural y pasión taurina.

La ganadería de lidia de Campolargo es hoy referencia obligada, sus toros han dado la cara en plazas de todo el país, imponiendo respeto y emoción. En el redondel de El Paraíso, convertido en aula abierta, se han templado las ilusiones de novilleros y matadores que buscan en la bravura de sus astados la medida de su propio destino. No es casualidad que durante quince temporadas consecutivas se mantuviera al frente del escalafón, pese a las excusas de empresarios que, con la manida frase de que “las figuras no quieren sus toros”, intentaron marginar una sangre que no se doblega.

Los comienzos de un sueño


El nacimiento de Campolargo como ganadería de lidia fue un proceso de ensayo, error y perseverancia. En 1977, el ganadero Luis Morales Ballestrasi, propietario de Guayabita, vendió a Juan Campolargo un lote de cuarenta vacas con sus crías y le obsequió el toro Don Marcos, procedente de Tarapío. Aquella primera experiencia estuvo marcada por la dureza: veinte vacas murieron en el traslado, y el toro padre fue sacrificado porque sus descendientes no dieron buen resultado. Sin embargo, de ese inicio se sembró la semilla de lo que vendría.

El toro Tinterillo, también obsequio de Morales y de procedencia santacoloma por la vía de Ernesto González Caicedo, se convirtió en uno de los primeros pilares genéticos. A partir de allí, Campolargo adquirió más vacas de Tarapío y toros de Don Hugo Domingo Molina, entre ellos dos portugueses de Mario Vinhas y dos españoles de la ganadería de Torrestrella, indultados en San Cristóbal. Esa mezcla de sangres —portuguesa, española y venezolana— fue el cimiento de una ganadería que pronto se haría sentir en los ruedos.

Con el tiempo, se incorporaron sementales de prestigio: dos toros de Huachicono, el colombiano “Buena Raza” de Juan Bernardo Caicedo, y dos toros importados en vientres de vacas de Juan Pedro Domecq. A ellos se sumó el toro “Carmelo” de Paispamba, hijo y nieto de toros indultados en esa ganadería colombiana, que aportó nobleza y transmisión a la sangre de Campolargo. Pero el verdadero parteaguas fue el toro “Orinoco” número 39, indultado en Ciudad Bolívar en 1998, padre del célebre “Bravura” 842, considerado el semental estrella de la casa y símbolo de la bravura que distingue a esta ganadería.


El debut oficial llegó en mayo de 1980, cuando Campolargo se hizo empresario en San Felipe y organizó la Corrida de la Feria de las Flores. Aquella tarde, con Antonio José Galán, Celestino Correa y Bernardo Valencia en el cartel, los becerros de Guayabita dieron la primera muestra pública de la bravura que se estaba gestando. Valencia salió en hombros, y con él la ganadería comenzó a escribir su historia en el escalafón nacional.

El secreto de Campolargo no estuvo solo en la bravura de sus reses, sino en la visión integral de su fundador: embalses, más de setenta lagunas, potreros artificiales, protección del jaguar y del venado, siembra de peces y distribución gratuita de agua a los pueblos vecinos. La ganadería fue, además de cuna de toros, un proyecto social y ecológico que convirtió a Jaime y La Yuca en oasis frente a la sequía.

 La memoria de Don Juan


Detrás de esta obra estuvo la figura de Don Juan Campolargo, emigrante portugués que llegó adolescente a La Guaira en 1957, poniéndole el destino un paisano quien lo llevó de la mano a Chivacoa, donde comenzó un peregrinar que lo transformó, tiempo después en ganadero, criador y comerciante. Pasado medio siglo, aquel muchacho que desembarcó con una maleta de ropa e ilusiones, se convirtió en el hombre que más toros lidió en Venezuela, sembrando escuelas y servicios en la comarca, y dejando una huella que trasciende la fiesta y actualmente siguen el legado su hija, la Doctora Carmen Rosa Campolargo y su señora esposa Marizol Viera de Campolargo, quienes día a día con trabajo, esmero y aficion trabajan manteniendo la genética y el sueño de Don Joao Campolargo

La genealogía de sus sementales es un mapa de bravura y memoria. Portugal, España y Colombia se entrelazan en la sangre de sus reses, prolongada hoy por programas de inseminación artificial que mantienen vivo el proyecto genético iniciado por su hijo Julio. La divisa verde y roja, colores de Portugal, ondea en cada corrida como recordatorio de un origen marcado por la emigración y la adversidad. Pero en el ruedo, cuando un toro de Campolargo embiste con fiereza y nobleza, lo que se celebra no es solo la bravura de un animal, sino la memoria de Don Juan, el emigrante que convirtió la sabana yaracuyana en territorio de bravura y esperanza.

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